01/04/2015
Tenemos el agrado de informar a usted que la obra con la que participara en el Concurso Provincial de Cuentos "Cortázar 100", ha sido seleccionada entre las 5 Menciones Especiales para integrar la antología prevista en las bases.
Agradeceremos nos haga llegar su texto en Word a:cirperiodistassam@yahoo.com.ar
Atte.
03/04/2015
Estimada Liliana Recibido OK.
Muy bien que enviaste las dos obras porque ambas fueron seleccionadas para el libro.
Rita y yo quedo mejor posicionada, muy buena obra.
Atte Jorge Lema secretario del circulo de periodistas
Aquí van los textos!
“…
- ¿Qué eres tú?
- Definirlo sería limitarlo.
- Dame una pista.
- Se han roto los hilos.
Te perderías en el
laberinto”. (Oscar Wilde)
RITA
Y YO
Nos persigue.
Incansable.
Sus ojos fijos, su vestido inmaculado que oscila entre su blanco y su negro azabache, y su velocidad de rayo. Corremos
escaleras arriba ocultándonos en los recovecos que forman sus giros
impredecibles. Logramos desorientarla un par de veces. Es verdad. Infructuosamente
(esto también es verdad). Alardeamos de nuestra astucia y nuestra destreza solo unos segundos, los
necesarios para que su olfato, extraordinariamente sensible, recalcule, acierte
con nosotros y vuelta a empezar.
¡Corré, Rita! ¡Corré!...
[Entramos
en la mansión de curiosos nomás, de puro traviesos. Nosotros le decimos
mansión, pero a la vista está su aspecto que la niega. “Lasciate ogni speranza,
voi ch’entrate", nos decían. Pero nosotros no entendíamos el
italiano del Dante. Nuestro objetivo era cristalizar en realidades tangibles
todas las situaciones
imaginadas, contadas y recontadas, reinventadas en cada noche de fogón.
Una puesta en escena totalmente inocente de la candidez de nuestros años…]
… ¡Momento! ¡Momento, por favor! Necesito recuperar el aliento…
¡Ayyyyyyyyyyy! Me deslizo por el pasamos de la escalera circular que acaba
de abrirse a nuestros pies. El rollo de cordel que hasta hace unos momentos estaba
en las manos de Rita, desafía la ley de gravedad y toma el sentido contrario.
Rita, que me precede, parece haber alcanzado la recta final. Una nube de polvo
se eleva desde los fondos oscuros impregnando todo el hueco, cegando los ojos y
aislando las
fosas nasales. La cazadora detiene su persecución desternillándose de risa.
Desde el techo nos señala con el índice de su mano derecha, y con la izquierda hace
malabarismos con el ovillo convirtiéndolo en hilachas que sus uñas felinas se
ocupan en desdevanar. Sus carcajadas histéricas penetran en nuestros oídos, acalambran nuestro
cerebro,
nos
revuelven
las
tripas. La amenazo con mi dedo mayor y rápidamente Rita, de un tirón, me baja
la mano…
No. No es Rita. A ella no logro verla por
ningún lado. Una fuerza, un brazo poderoso me
zarandea, me arrastra, me empuja contra la pared. Voy a
estrellarme. Cierro fuerte los ojos y giro la cara hacia un lado para no
romperme la nariz. La
energía que me impele o me succiona no se detiene, pero el golpe no
llega. Estoy seguro de que la pared no está lejos. De repente
para en seco. Mi nariz apenas roza el muro. Convertido en pelota a merced de
la zurda de un crack recibo el golpe, un rebote y me aplasta
en el piso bajo sus tapones. Un grito de guerra triunfante y la presión sobre
mi cabeza desaparece.
Me sacudo el polvo de
ladrillo que me cubre. ¡Rita! ¡Rita!
¡¡Ritaaaaaaaa!! Mi eco me responde en las
paredes de este oscuro y empolvado laberinto, “¡Ita!” “¡ita!”
“¡itaaaaaa!” pero a ella no la escucho…
[…Estábamos
cansados de que nuestros amigos nos descalificaran. Queríamos hacer algo
importante, algo que claramente les demostrara a esos grandulones de trapo que
éramos capaces de cosas increíbles, cosas que ni ellos, que tanto alardeaban,
serían capaces de hacer. Justamente por eso, planificamos esta incursión, para que sepan que no se trata de edad sino
de agallas, esas que ellos no tienen. Todo fue de maravillas hasta que apareció
ella, con sus ojos fijos, su vestido blanquinegro resplandeciente y su
velocidad de rayo…]
Apoyo mi espalda en la pared
que hallé a tientas ¡¿Qué
pasa?! ¡¿Qué es esto?! El muro cede,
se acomoda a mis formas, parece gelatina. Tengo la sensación de que me hundo en
él, que traspasaré al otro lado. Pero no.
Cuanto más me esfuerzo por salir más me hundo, cuando pretendo
traspasarlo, su elasticidad se tensa y retrocedo. Y Rita, ¿dónde está Rita? Una corriente líquida, mezcla de
adrenalina y terror se apodera de mi conciencia y de mis tripas. Intento
dominar las lombrices en mi estómago que minan mi valor. Una
voz familiar sopla en mi nuca: ¡No seas
cobarde! ¡Aquí estoy!
¡¡Rita!! Feliz y aliviado,
volteo hacia ella. Quiero tomarle la mano pero por más que estiro mis brazos,
no la alcanzo. Una lágrima resbala por su cara y yo aprieto los dientes como si
con esto pudiera estirarme
más, traspasar la masa elástica que nos separa y llegar a ella.
Las carcajadas lejanas
de nuestra cazadora se convierten ahora en chillidos presentes. Se nos pone la
piel de pollo recién desplumado al asistir al espectáculo que se nos ofrece: es
ella, la de los ojos fijos, pero con su
vestido hecho girones y su rayo
aprisionado en la soga con la que su verdugo la arrastra. Lo vemos atarla
diestramente y meterla dentro de su bolsa y desaparecer en la oscuridad. Un
revuelto de hilos enredados, deshilachados, cae a nuestros pies. De poco sirvió
el ingenio de Ariadna.
Hay que
salir de aquí. Repetimos el intento de tomarnos de las manos, pero se
hunden en el cristal sin tocarse. Pared de por medio, apoyo mi palma sobre la
de ella. Nos movemos como mimos. Subo, sube; sonrío, sonríe; me inclino a un
costado y ella se inclina conmigo. Rita hace señas para que caminemos siguiendo
la pared transparente. En algún punto
debe de haber un paso.
Desde hace muchas
horas, tal vez días, no lo sé, estamos caminando a la par de este cristal
gelatinoso que nos separa. Debe ser circular, pienso, pero no voy a decirle a
Rita para que no pierda la esperanza. De a ratos, me da la sensación de que el
viejo de la bolsa nos espía. Tampoco voy a decirle nada sobre esta sospecha que
tengo. Aquí el tiempo no transcurre, flota.
Lo que importa es que
estamos juntos, solo eso…
[Ustedes
ya lo saben. Ellos no. Ellos todavía creen que el laberinto está vacío.]
Liliana Bianco
EL ÚLTIMO BESO
El
calor de esa madrugada de diciembre le impedía dormir. La brisa había
desaparecido. Todo era quietud y silencio. Solo el trac-trac, trac-trac del
ventilador de techo que movía con dificultad el aire denso, caliente,
irrespirable.
Camila
se levantó de su cama, el camisón pegoteado a su cuerpo. Le faltaba el aire y
una sed acuciante le raspaba la garganta. En la cocina peló un pomelo y gajo a
gajo lo saboreó lentamente. Se hizo
adicta al pomelo cuando allá, por sus diecisiete, hizo una dieta en la que
debía comer medio pomelo antes de cada comida. A ella le debe también el placer
del sabor del café negro, sin azúcar, sin el sabor metálico del edulcorante,
amargo.
Salió
al patio y con la manguera se mojó la nuca. Más aliviada se recostó en la
hamaca paraguaya. Por suerte no había mosquitos. Allí lo descubrió. No tenía
idea que esa planta diera flores. Hacía años que se la habían regalado pero
esta era la primera vez que acusaba un botón color crema, un posible embrión de
flor. La luna llena explotaba de luz pero se acercó para verlo mejor. Sonrió
con placer. Se reacomodó en la hamaca y se durmió.
Despertó
cerca de las cinco. Hacía años que la rutina no la atormentaba, pero debía
hacer un trámite que ya había demorado bastante y el plazo vencía ese día. Recordó el botón. Había desaparecido. En su
lugar había un capullo de un color un poco más claro, Definitivamente, una
flor. Se quedó hipnotizada observando cómo rápidamente se transformaba en una
bellísima flor de pétalos casi transparentes.
No
pudo resistirse. Buscó su celular y sacó fotos que orgullosa subió a su face
book.

Sonó el despertador. Recordó el trámite. Quería hacerlo temprano, salir
con la fresca. Se recriminó no haberlo hecho antes cuando el calor era más
tolerable y mientras su mente escupía reproches y demolía justificaciones abrió
la ducha, preparó su ropa, se vistió, controló que no faltara ningún papel y se
lanzó a la ciudad.
Corrió
el colectivo. Perderlo era perder la mitad del día. Se colgó del pasamanos,
subió y empujó hasta que el chofer pudo cerrar la puerta. Agradeció la
gentileza. Pidió su boleto y le tendió su tarjeta SUBE a un pasajero que estaba
más cerca de la maquinita. Trató de recuperar un poco de aire y una mistura
extraña de perfumes y olor a gimnasia embotelló sus sentidos. Decidió
relajarse. En unas paradas bajaría un número importante de personas y ya podría
acomodarse mejor, hasta quizá pudiera sentarse. Odió por un instante su
coquetería de pollera y tacos altos. Se dijo que hoy era importante su apariencia.
La gente juzga por eso, por esa impresión instantánea, a prima face que domina
todo el resto de la situación. Bien sabía ella de eso, ¡sí que lo sabía!
Efectivamente a los veinte minutos desertó el cincuenta por ciento del pasaje
pero no logró ningún asiento. Se fastidió por eso, pero cuando un caballero le
ofreció gentilmente el suyo se negó a aceptarlo. Se recriminó por su torpeza de
negarse. Se conformó diciéndose que ya se desocuparía alguno. Pispió caras y
actitudes, estudió posibilidades y decidió su ubicación. A las dos paradas, la
señora gorda de bolso gigante imitación víbora, paraguas y perfume denso a
rosas maceradas que había elegido, se levantó con dificultad y con más
dificultad inició su camino hacia la puerta que la depositaría en su parada.
Finalmente se sentó. Disimuló cuánto pudo un suspiro de satisfacción. Sacó el
celular y buscó la foto. Una expresión dulce la inundó. Es sencillamente bella, sus pétalos parecen alas de ángel, pensó, y
luego divagó en cómo son las alas de los ángeles y eso la llevó a su infancia. Camila, como Camila O ‘Gorman, símbolo de un
amor sin fronteras, sin prejuicios y hasta la muerte. ¡Qué cosas tenía mi
madre! Volvió sus ojos a la foto. ¡Qué
hermosa sos! Y una energía recorrió todo su cuerpo con una fuerza irresistible,
contagiosa. A partir de ese instante su día se deslizó suavemente y sin
tropiezos, o si los hubo, ella no los notó.
Volvió
a la casa cuando el sol ya se había hartado de incinerar y una suave brisa
apaciguaba el ardor de las calles. Se quitó los zapatos ni bien cruzó el umbral
y rápidamente se cambió su disfraz por un vestido amplio, de tela fresca que ya
delata el paso del tiempo. Preparó el mate y se instaló en el patio. Observó la
flor. Se recostó en la hamaca para tener un mejor ángulo de observación. Sus
pétalos habían perdido un poco su transparencia. Tal vez se ve así por la falta de luz. La venció el cansancio y se
durmió.
La
despertó la gata que viendo llegar la noche se apoltronó sobre su vientre.
Camila se dio cuenta entonces que en el apuro de la mañana olvidó llenar su
plato. Se levantó con desgano. La llenó de caricias y juntas se dirigieron a la
cocina. La gata agradecida fregó su cabecita en sus piernas y se ocupó de lo
suyo.
A
Camila se le antojó una copa de vino, y
un cigarrillo… Recordó que había dejado de fumar. Recordó también que había
escondido uno, solo uno, en un buen lugar, para
emergencias, y fue a buscarlo.
La
cabecita rosa chicle del fragata se iluminó al roce con la lija. Aspiró con
placer el tabaco. Volvió a su punto de observación. La flor había perdido su
lozanía. Sus pétalos se veían amarillentos con sus bordes color ocre. Una
mustia tristeza la invadió.
Es la vida, siempre de la mano de
la muerte. Lamentó haber perdido su último día en tanta
burocracia inútil. Apuró su copa. Dio una pitada profunda a su cigarrillo, la
última de su último cigarrillo. Ascendieron las anillas de humo atravesadas por
la flor, que desprendida ya de su tallo, depositó en la boca de Camila su
último beso.
Liliana Bianco
Amigos
escritores bonaerenses;
A efectos de documentar la publicación de las obras premiadas
en el Concurso Provincial de Cuentos “Cortázar 100”, solicitamos el envío a la
brevedad posible, de un resumen curricular de no más de sesenta palabras.
Asimismo; comunicamos a ustedes que la entrega de premios se
ha previsto para el próximo sábado 12 de septiembre de 2015, a las 18 horas, en
el Salón Auditorio de la Mutual CAMED, Dr. Ramón Carrillo 2476, Ciudad de San
Martín.
Atentamente;
Jorge Sombra
A continuación algunas fotos de la presentación:
La Antología
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