lunes, 30 de enero de 2012

martes, 24 de enero de 2012

Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...

“La vida no te está esperando en ninguna parte, te está sucediendo. No se encuentra en el futuro como una meta que has de alcanzar, está aquí y ahora, en este mismo momento, en tu respirar, en la circulación de tu sangre, en el latir de tu corazón. Cualquier cosa que seas es tu vida y si te pones a buscar significados en otra parte, te la perderás.”



Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...
¡Qué importa eso!.
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la
convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!.
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven, no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa  de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por  el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!.
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!.
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.
                                      José Saramago
                        Premio Nobel Literatura 1998.

miércoles, 11 de enero de 2012

MUJERES

Palabras de Santiago Gamboa, escritor colombiano.
Las mujeres de mi generación son las mejores. Y punto. 
Hoy tienen cincuenta y pico, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras, esto a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitanea a algunas sus muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales.
Hermosamente reales.
Casi todas, hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento. 
Qué importa...

Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante.

Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de Los Beatles, de Bob Dylan.... Herederas de la "revolución sexual" de la década de los 60 y de las corrientes feministas que, sin embargo, recibieron pasadas por varios filtros, ellas supieron combinar libertad con coquetería, emancipación con pasión, reivindicación con seducción.
Jamás vieron en el hombre a un enemigo a pesar que le cantaron unas cuantas verdades, pues comprendieron que emanciparse era algo más que poner al hombre a trapear el baño o a cambiar el rollo de papel higiénico cuando este, 
trágicamente, se acaba.

Son maravillosas y tienen estilo, aún cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan.
Usaron faldas hindúes a los 18 años, se cubrieron consuéter de lana y perdieron su parecido con María, la virgen, en una noche loca de viernes o sábado después de bailar.

Hablan con pasión de política y quisieran cambiar el mundo. Aquí hay algunas razones de por qué una mujer de más de 50 nunca te va a despertar en la mitad de la noche para preguntarte.... "Qué estás pensando?" No le interesa lo que estás pensando.
Si una mujer de más de 50 no quiere mirar un partido de fútbol, ella no da vueltas alrededor tuyo.Se pone a hacer algo que ella quiere hacer y generalmente es algo mucho más interesante.Esa mujer  se conoce lo suficiente como para estar segura de sí misma, de lo que quiere, y de con quién lo quiere.
Son muy pocas las mujeres  a las que les importa lo que tú pienses de lo que ella hace. 
Tiene cubierta su cuota de relaciones "importantes" y "compromisos".

Son generalmente generosas en alabanzas.
Tienen suficiente seguridad en sí mismas. 

Las mujeres se vuelven psíquicas a medida que pasa el tiempo. 
No necesitas confesar tus pecados, ellas siempre lo saben. 
Son honestas y directas. Te dicen directamente que eres un imbécil si es lo que sienten sobre ti.
Tenemos muchas cosas buenas que decir de las mujeres de más de 50 y por múltiples razones.
Lamentablemente no es recíproco.

Por cada impactante mujer de estas, inteligente, divertida y sexy hay un hombre con casi o más de 50... pelón, gordo, barrigón haciéndose el gracioso con una chica de 20 años y haciendo el completo ridículo."

¡¡Señoras... les pido perdón por ellos...!!!

martes, 3 de enero de 2012

Noche de lluvia

Él
Se removió en la cama buscando abrazarla. Sus brazos encontraron el vacío y sus manos en las sábanas una tibieza apenas perceptible. Entre sueños esperó unos instantes su regreso. Sus pies rozaron el frío de la cama en el espacio que ella ocupaba. Despertó de repente. Abrió sus ojos buscando alguna luz que le indicara dónde podría estar. Todo estaba a oscuras. Solo los números iluminados del reloj: las tres y cinco. Dónde se habrá metido. Salió de la cama. Había refrescado bastante. Se envolvió con la frazada iniciando un peregrinar por el departamento. No es que fuera muy grande pero para él era un palacio.
En la biblioteca no se veía luz. La habitación que oficiaba de escritorio estaba apenas iluminada por el monitor de la computadora, pero no había nadie. Igual la llamó con suavidad. Un relámpago le mostró que la cocina estaba desierta. Golpeó suavemente la puerta del baño. Silencio. Abrió encendiendo la luz: nadie. Tampoco estaba allí. Corrió al dormitorio y empezó a vestirse torpemente. Las manos no parecían responderle con esos nervios que le entraron de repente. Como pudo, llegó a la planta baja. Fermín no estaba. En el apuro había olvidado las llaves. Un gesto de impotencia lo embriagó. Se acercó para ver por el cristal de la puerta de entrada. Un chiflete helado lo hizo estremecerse. La puerta extrañamente estaba apenas apoyada. Algo no anda bien. ¿La puerta abierta? ¿Dónde está Fermín?

Ella
Se subió el cierre del vestido y salió corriendo de ese lugar. El se iría pronto, tal vez no volvería, quizá volviera distinto y no la querría más. Hasta ella podría cambiar y…
La sensación de abandono es algo que todos llevamos dentro, pero ella lo tenía impreso en cada célula de su cuerpo, en cada partícula de su historia, en cada infinitésima superficie de la amígdala de su cerebro; parecía ocuparlo todo.
Se calzó como pudo las sandalias. Un relámpago iluminó la habitación. No pudo dejar de ver la imagen de ese hombre que amaba, despatarrado en la cama como un niño, con el cabello revuelto. Lo hubiese abrazado fuerte, tan fuerte hasta no dejarlo respirar, lo hubiese llenado de besos, lo hubiese… pero no lo hizo. Si despertaba no la hubiese dejado ir y ella, en esos momentos, sentía una necesidad imperiosa de estar sola con su pena que parecía solo de ella, rumiar tranquila sus temores que él no compartía. El parecía no entenderla ¡Todo era muy simple para él! ¡Tan seguro de sí! Pero ella sabía cosas que él todavía no había experimentado y si las había padecido, ya las había olvidado. En algo tenía razón, él no era los “otros”. Ella lo sabía bien. Pero su miedo no la dejaba ver. Necesitaba pensar, a solas, consigo misma. A su lado le era imposible. Resuelta tomo su tapado y salió del departamento sin hacer ruido.
En la planta baja el guardia se sorprendió al verla. Instintivamente miró su reloj: las tres menos cuarto.
― Buenas noches. ¿Va a salir?―
No si estoy acá para tomar mate con Ud. ¡Qué metida que es la gente! Pensó, pero no quiso ser descortés. Fermín no lo merecía.
― Surgió algo y debo irme. ―
― ¿Pidió un taxi? Ya salgo a ver… ―
― No ―
― Espere. Le pido uno. La noche está terrible. ―
Ella recordó que solo tenía un billete de cinco pesos en la cartera y suspiró mientras miraba por la puerta de vidrio como se inclinaban los árboles al compás de un viento feroz.
― No, gracias. Necesito aire fresco. ―
― Comprendo. Pero no es eso lo que va a encontrar allá afuera. Déjeme pedirle un auto, ni siquiera lleva paraguas. Bueno, no le serviría de mucho con este viento, ya lo sé…―
Un trueno lejano y profundo le impidió escuchar las últimas palabras de Fermín. Abrió la puerta y salió. Una ráfaga helada le tensó los músculos de la cara. Se envolvió con su chal e inició la caminata a su casa.
Mal calzado para una noche como esta, pensó mientras el frío y el agua se le colaban entre los dedos de los pies. Su andar estaba complicado: el viento en contra la obligaba a un esfuerzo extra,  sus tacones entorpecían sus pasos y ¡Ay! Una baldosa floja la salpicó hasta las rodillas de agua mezclada con barro. Apretó el paso, casi trastabilla con un desnivel. La esquina parecía estar a un siglo de distancia.



Con la nariz apoyada en el vidrio de la puerta, Fermín la siguió con la mirada. Al perderla de vista, salió a la calle.
Cuando a las mujeres se les mete algo en la cabeza no hay quién o cosa que las cuadre. La vió trastabillar y se preocupó. Apuró el paso, sabía que dejaba su puesto, pero… Vió cuando una sombra oscura la hizo detenerse abruptamente, emplazada en la vereda de baldosas vainilla. Entonces corrió hacia ella, la mano ya en la cartuchera dispuesto a usar el arma si fuera necesario. La figura se movía de forma extraña, con un movimiento tambaleante, que de a ratos parecía amenazador. La lluvia no le dejaba ver con claridad. Con la mano libre tomo el radio y pidió ayuda.


Él
Su temor lo envalentonó. Osvaldo abrió la puerta de calle y se sumergió en un torbellino de aguas disparado hacia todos lados a merced de un viento enloquecido que se arremolinaba sin ninguna dirección y en todas al mismo tiempo. Aguzó la mirada tratando de ver en esa oscuridad desapacible y acuosa que torturaba sus ojos. Distinguió finalmente unas figuras borrosas cerca de la esquina y se lanzó hacia allá sin pensar. No registró la lluvia ni el viento que se interponían como una barrera maciza a sus intentos. No se detuvo al oír, lejano y sordo, el rumor de un disparo.
La abrazó casi con alivio. La zamarreó, le gritó y la hubiese abofeteado de ser necesario, para hacerla reaccionar. Un llanto agudo y agitado se la devolvió. La apretó a su pecho, le acarició su cabeza, le susurró al oído, dio gracias, le dijo te amo, mientras con cuidado trataba de llevarla a algún lugar para protegerla de la lluvia, del viento, de todo.



En tanto, Fermín hablaba por radio. A lo lejos se podían distinguir unos focos que peleaban para hacerse notar y una llamita roja que se debatía con la lluvia. En el suelo la sombra, inconciente, sin un rasguño, ignorante de todo, dormitaba su mona.


Liliana Bianco

El tao

El Tao es una realidad viviente que debe penetrarse. Los pensamientos y las opiniones nos enceguecen frente al Tao.                                                             
Sólo cuando trascendemos el lenguaje y nos sumergimos en la experiencia del aquí y el ahora es que el Tao se hace obvio. El gran sabio taoísta, Lao Tzu, nos dice categóricamente que "si piensas que puedes hablar sobre el Tao, está claro que no sabes de lo que estás hablando."                                                          
Aun así, esto no le impidió que comunicara sus extraordinarias enseñanzas. Y, como todos los sabios taoístas, no pretende que sus enseñanzas se tomen como dogmas que, rígidamente, definen la verdad o que sean códigos morales absolutos que nos mantengan limitados. Son percepciones y conocimientos evocadores que se dirigen más allá de las palabras hacia una experiencia silenciosa de iluminación. No están diseñadas para enseñarnos nada sino para ayudarnos a desaprender todas las ideas artificiales que hemos acumulado en el procedo de condicionamiento social.                              
Los estimulan para despertar nuestra comprensión natural e intuitiva de la vida y nuestro lugar en ella. Como explica Lao Tzu: "alguien que busca aprender sabe más y más, pero alguien que busca el Tao sabe menos y menos, hasta que las cosas simplemente son lo que son." El Taoísmo enseña que todo está en proceso de cambiar en su opuesto y, esto ciertamente, pasó con el mismo Taoísmo. Siglos después de Lao Tzu y Chuang Tzu, su individualismo anárquico se degeneró en superstición. Aun cuando los maestros taoístas originales enfatizaban la necesidad de la total naturalidad, los siguientes taoístas se obsesionaron con disciplinas espirituales complejas que prometían poderes mágicos, longevidad, y hasta la inmortalidad. Esta desviación interpretativa no tiene nada que ver con la verdadera comprensión o práctica del Taoísmo. Lao Tzu dice que al Tao no se le puede ver porque no tiene forma; no se le puede escuchar porque no hace bulla; no se le puede topar porque no tiene sustancia; no se le puede conocer de esta manera porque es la unidad todo abarcadora.                                    
Por eso no se le puede describir de una forma particular porque es todo y proclamó: Misteriosamente existente ante el cielo y la Tierra; silencioso y vacío, una unidad no cambiante, una presencia siempre cambiante. La madre de toda la vida, sin deseo de definirla puedo decir que es todo. Es imposible darle un nombre pero le llamo el Tao (el camino)." El Tao se expresa a través de la dualidad primal de yin y yang. La vida es la relación entre estos dos polos que son opuestos complementarios como espíritu y materia, si y no, sujeto y objeto, bien y mal, interno y externo, femenino y masculino. Si aprendemos a fluir con el proceso, en vez de desperdiciar nuestra energía en conflictos inútiles, nuestra vida sería más satisfactoria y feliz. Fluir con el proceso se refiere a seguir la corriente de la naturaleza interna y externa, no necesariamente de la sociedad. El Taoísmo enseña a vivir en armonía con lo que es natural y para eso necesitamos liberarnos de condicionamientos sociales y regresar a nuestros instintos e intuiciones innatas. Algunas frases de los sabios taoístas originales son:                  
                                                                                            
§  Cámbiate a ti mismo y cambiarás tu mundo.                                             
§  Un viaje de mil kilómetros empieza siempre con un paso.                                
§  Vive tu propia vida, no la vida que otros dicen que debes vivir (vívela como una exclamación, no una explicación).                                                      
§  Escoge el momento adecuado y las cosas irán bien.                                      
§  Tanto lo aceptable como lo no aceptable es aceptable.                                  
§  Busca la causa de tu mala fortuna en tus imperfecciones.                              
§  Ríndete y habrás ganado.                                                                
§  Permite que tu corazón sea grande y amigable con todos. Esta es la enseñanza más elevada.                                                                                 

Fuente: Comunidad Internacional Reiki Dragón Rojo