Los preparativos:
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Naira, mi anfitriona |
La Exposición:
INAUGURACIÓN
DE LA MUESTRA DE ARTES PLÁSTICAS DE FRUTOS ENRIQUE ORTIZ, BEATRIZ IRIGOYTÍA Y
IGNACIO SCHENNONE
PRESENTACIÓN DE LA ANTOLOGÍA Y LOS PARTICIPANTES DEL ENCUENTRO y ENTREGA DE PREMIOS DEL IIIº CONCURSO INTERNACIONAL
El
encuentro
Pedro Salvadores se escurrió a la calle esa noche. La luz del día lo
atormentaba. Por primera vez en nueve años, volvía a respirar la brisa del río,
a escuchar el suave acompañamiento de sus olas lamiendo la ciudad.
La calle era un tumulto de algarabías, un derroche de entrometidos saliendo
de las casas federales con sus trofeos de guerra, dejando a sus habitantes abusados
por su odio, despojados, en su revancha
cobarde a la infamia.
Excedido de peso, la piel pálida, el paso inseguro. Su figura fantasmal vestida
a lo antiguo, se aventuró por las calles de la Gran Aldea sin destino fijo,
deambulando, saboreando sus empedrados, sus árboles, las casas, esas cosas que
seguían allí pero que a su mirada le resultaban nuevas, casi extrañas.
Me topé con este personaje estrafalario en la calle de la Catedral.
Caminaba ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Casi sigo de largo pero me detuvo
la sensación de que algo en él me resultaba familiar. Seguro lo había visto
antes. Me volví y lo encaré. Necesitaba mirarlo de frente.
Se me vino el alma al piso. Era Pedro, Pedro Salvadores. Tenía noticias que
cuando se puso crudo Don Rosas se mandó mudar a la Banda Oriental, al Uruguay. No sabía que hubiese vuelto a
Buenos Aires. Lo tomé de los hombros. ¡Pedro!,
le dije, ¡tanto tiempo amigo! ¡Qué bueno
verte!
Le costó trabajo reconocerme, achinaba los ojos, como si la vista la
tuviera corta. Tomó mi cara con sus manos acercándola a sus ojos hasta que me
desentrañó de su memoria. Unos lentos lagrimones se detuvieron orillando sus
labios y se deshizo en el abrazo.
Lo arrastré hasta la Esquina a
compartir un vino por el reencuentro. Hablaba bajito, casi susurrando. Y en ese
murmullo yo me detenía en su historia, en su encierro, en su cuasi
desaparición. Admiré el coraje de la menuda Doña Salvadores en esta cruzada. Estoy vivo gracias a ella, Isidoro,
repetía su discurso embebido de gratitud y de ese amor que ya casi no se
consigue. Admiré, en algún punto, a ese hombre que había perdido su porte y su
figura, y que de vez en vez se abstraía en su silencio prisionero, distraído en
el laberinto de su mente.
Fueron más de un vino y cuando empezó a clarear lo acompañé hasta su casa.
¡Como son las cosas a veces! Mi amigo Salvadores, por un tiempo, fue ciego de día.
Puede que alguien hable de cobardía, esto, de esconderse por años, como una
rata. Yo pienso diferente… el destino de mi amigo Pedro, como dirá mi nieto
Jorge Luis dentro de un siglo, es un
símbolo de algo que estamos a punto de comprender, que tal vez no comprendamos nunca y solo nos quede el
misterio.
LILIANA
BIANCO
ESPECTÁCULO:
ANA MARÍA PARLAMENTO Y JUAN MELO (POETA Y MÚSICO DE ORIGEN RANQUEL)
Leímos el cuento "Doña Vainilla San Lorenzo", lo comentamos, conocimos palabras nuevas y DIBUJAMOS!!!!
La previa conversando con la bibliotecaria de la escuela
Trabajando en el salón
Primero los ARTISTAS

DOÑA VAINILLA SAN LORENZO

Soy una Vainilla San Lorenzo de pura raza y desde la cuna me enseñaron que no debo hacerme cargo de los errores de los veredistas, aun cuando ellos digan que estamos mal terminadas y por eso nuestra colocación es un desastre. ¡No señor!
Mi compañera dice que es mi culpa porque se me ve tan bien acomodadita que a nadie se le ocurre esquivarme; pero, mis amigos, la elegancia ante todo. Como les dije, soy una Vainilla San Lorenzo, una dama de pura cepa y aprendí muy bien los protocolos y a disimular cualquier defecto en pos de la salud de mi honorable apellido.
Ahí vienen ellos, Abelardito y la mina de ojos tristes, la que dijo la gitana.
Lo de Abelardito es una broma, mide casi trece veces mi tamaño, y aunque ella dice que no es ella la mujer de la que habló la gitana, yo sé que sí. Lo sé de primera mano. Fui testigo del abordaje de la quiromántica bajo este mismo farol que ahora me hace un guiño.
Me encanta verlos apurados cruzar estas esquinas, saltar al cordón, caminar casi corriendo con un ansia desesperada, con unos deseos profundos incapaces de ser colmados, con esa agitación propia del hambre que despierta todos los sentidos, voraz, inacabable.
Se miran a los ojos, los labios apenas abiertos, brillantes de expectación.
Van de la mano sobrevolando bandoneones y violines, esquivado paraguas y sombreros. Se sueltan al toparse con una pareja, juegan con ellos a quien pasa primero; reanudan con un suspiro la carrera y, ya falta poco, solo un poquito; y las manos temblorosas que no aciertan con el ojo de la cerradura, y proba vos que yo no puedo, y el golpe seco de la puerta que se cierra tras ellos; y el sonido de los tacones subiendo de dos en dos las escaleras y... silencio. Solo unos segundos, unos segundos nada más. Y entonces el clik clak al caer el vinilo, el ronquido de la púa buscando la pista y ya llega a la calle la melodía sensual que excita los cuerpos húmedos que arden, el humo chamuscado del pucho mojado sin apagar que alguien al pasar dejó caer a mi lado, la voz áspera, gutural, profunda del Polaco... Y que ganas de llorar en esta tarde gris...

LILIANA BIANCO
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