
El barrio de Mataderos me
recibió en su seno con sus calles de tierra y algunas de asfalto; sus zanjas,
abundantes del pasto que más les gusta a los camellos; con terrazas amplias
para facilitar el aterrizaje del trineo de un Papá Noel incierto e inconstante;
las esquinas de fogatas, el día indicado; fiestas de Año Nuevo en las calles;
carnavales exuberantes de agua, de colores brillantes y mucho baile; noches de
serenata y días de trabajo duro.
Mis primeros años escolares
estuvieron teñidos de macetones de terracota llenos de malvones rojos y pisos
de pinotea por donde se escapaban los lápices cuando no querían trabajar, de
tinteros enclenques y callos de tinta.
Cuando me decidí por la Escuela
Normal mi padre sostuvo que las maestras se morían de hambre. Yo no le creí,
¡la señorita Blanca hasta tenía auto! Pero ni este argumento ni ningún otro lo
movió de sus “trece”. Debía pensar en
otra cosa y me decidí por la Escuela Técnica. Acá el asunto se puso muy sonado.
Esa escuela es para hombres y vos sos
mujer. Mi hija no es una “varonera” como esa amiga tuya que juega a la pelota
con los chicos. ¡Glup! Fuerte ¿no? Esto
puede parecer hoy una tontería, de hecho me lo parece. Pero para mí y para
aquel entonces…
Había una sola escuela que no
entraba en mis opciones y allí fui. Y por si me quedara alguna duda sobre “mi acertada decisión”, me inscribieron
además en otra, de monjas, por si mi examen de ingreso fuera un fracaso. De que
esto no suceda me ocupé personalmente y mis aliados colaboraron en el empeño.
Guardapolvo de almidón, tablas
al frente, botones en la espalda; cabello recogido, vincha azul, azul marino,
al igual que las medias tres cuarto y el bleizer con tres tallas de más;
mocasines negros. Así ingresé al Comercial XII “Juan XXIII” del barrio de
Lugano, y egresé, cinco años después, casi igual. Y digo casi, porque mi
guardapolvo ya no usaba almidón y el bleizer se ajustaba a mi cuerpo crecido y
redondeado, la vincha y las medias no habían desaparecido pero la dueña de los
“trece” era yo.
Papá no quería que trabajara
hasta que terminara el último nivel. “Mi
acertada decisión” dio su primer fruto: el martes siguiente a la finalización
de clases estaba trabajando en una empresa de Consignatarios de Hacienda, y no
fue el mismo lunes cuando me presenté al aviso por la mezquindad de Entel en
instalar teléfonos. Mi padre quería que estudiara leyes, pero me inscribí en el
Profesorado en Letras del Mariano Acosta.
El Tano resignó su potestad, la
Vida no. Ella se ocupó de que mi camino presentara algunos frenos de muy buena
calidad. Claro que contó con mi apoyo y mi complicidad, al igual que mi padre.
A partir de allí se encadenaron
los sucesos que entre ella y yo elucubráramos, a veces de común acuerdo, otras
en total oposición. Largo collar de perlas, verdaderas y de fantasía, nunca
falsas, debatiéndose entre pañales y biberones; crisis de familia, escolares,
adolescentes, laborales; el deber y el querer, el poder, y el querer es poder;
los deseos y las frustraciones.
Hace poco llegamos a un acuerdo:
disfrutar lo que creemos “bueno” y aprender de lo que consideramos “malo”. Ella
me aclaró algunas cosas. Entre ellas, que es un error explicar los fracasos
para justificarse y no para sacarles provecho; que los conceptos son subjetivos
y sus fundamentos carecen de rigor científico; que la Ley se cumple
inexorablemente, la conozcamos o no, la respetemos o no, creamos en ella o
no; que el destino se forja en nuestras
mentes y se potencia con nuestras ideas, que aunque no se materialicen, no
mueren, porque la materia es pura ilusión. En fin, que hay una Única Verdad que
navega entre nosotros pero no la vemos en su total dimensión…
Hoy, hechas las paces, en una
actitud más serena, me anticipo a la muerte y escribo. Le gano una mano, tal vez dos, porque la partida ya estaba
echada aquel once de junio.
Antes de que sus manos, esas
manos que igualan todo lo concreto (el que nos toca, nos falta, nos quitan, nos
regalan a cambio de…), desnuden mi alma, yo tomo la posta y le voy quitando las
prendas de a una, despacito, botón por botón, sensualmente… Yo la entrego, sin prisa pero sin pausa,
convertida en palabras.
Liliana Bianco
Que encantadora historia Lili, qué maravillosa prosa que te lleva de la mano suavemente en las descripciones sutiles, vibrantes y profundas. Feliz cumpleaños! Abrazo.
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