miércoles, 2 de noviembre de 2011

Otros ganadores del concurso

El espantapájaros



    Cuando uno es un niño, hay muchas cosas que te dan miedo: la oscuridad de las habitaciones, las noches de tormenta, los fantasmas. Pero a mí en particular, siempre me han asustado los espantapájaros. Y hasta el día de hoy es algo que no puedo superar. A veces los veo en el campo, cuando voy en mi auto y siento un escalofrío que me recorre la espalda…
   Recuerdo una tarde de verano.  Los veranos en el pueblo eran muy calurosos. Los mayores se habían ido a dormir la siesta, porque según ellos, otra cosa no se podía hacer. Pero para mí, había mil ocurrencias que me gustaba experimentar, sobre todo cuando no había ningún adulto por ahí, juzgando mis aventuras. Solía recorrer el campo, entre los altos maizales, buscando madrigueras de conejos, a quienes desafiaba corriendo más rápido que ellos para ocultarse. Pero ese día, parecía  que los animales del campo habían decidido desaparecer de mi vista y yo caminaba solo por los surcos, sin levantar la cabeza del suelo terroso. Por eso no llegué a ver, hasta que me choqué con él, el alto espantapájaros allí plantado.
   Era un espantajo sujeto a una cruz de madera por los brazos y la cintura, vestido con unos viejos pantalones de jean, una camisa a cuadros cuyos faldones ondeaban al viento y por cuyos puños se escapaba un puñado de paja amarilla. Por cabeza, sólo una bolsa hecha con tela, estrangulada en su cuello y rellena con más paja. En lo que era su cara, unos ojos torpemente pintados de negro y un trazo oscuro por boca que no sonreía.
   Me quedé allí parado, quieto, mirando horrorizado ese monigote que se movía levemente con la brisa del campo. Sólo que en ese momento no soplaba ninguna brisa. Recuerdo que las ramas de la paja que asemejaban manos, se movían de a una, como si fuesen dedos que me quisiesen señalar.
   Entonces corrí lo más rápido que pude, hasta llegar a mi casa casi sin respiración. El corazón parecía salírseme por la boca, y creo que mi garganta emitía un lamento sordo que sólo yo podía oír. Esa noche soñé que el espantapájaros me corría por los campos. Y me desperté a mitad de la noche, mojado en transpiración, gritando y llamando a mis padres. Pero nada me consoló.
   Por unos días, estuve jugando cerca de la casa, temiendo alejarme demasiado y encontrarme de nuevo con…con ese horrible monstruo de paja. Mi padre, siempre atento a mis cosas, me observaba pensativo.
   Una tarde, luego de almorzar, me pidió que lo acompañara. “Demos un paseo”, me dijo. El caso es que comenzamos a caminar hacia los sembrados, yo siempre vigilante de no separarme demasiado, y mi padre conversando de cualquier cosa, hasta que se detuvo, y señalando con el dedo a la distancia me dijo: “Cuando tenía tu edad, siempre me atemorizaba el espantapájaros. Hasta que tu abuelo me dijo cómo luchar contra él”. Mi cara reflejaba todo mi asombro. Atento a sus palabras, balbuceé un tímido “¿Cómo lo harías?” Él,  mirándome muy seriamente me dijo: “En tus sueños, cuando se te aparezca, sólo debes mostrarle una caja de fósforos ¡Eso lo detendrá!”  Quedé pensativo, no imaginaba cómo mi padre sabía de mis terribles pesadillas, si nunca se las había contado. Cuando lo miré a sus ojos, pude ver con claridad que él sabía…
   Esa noche, antes de acostarme, fui a saludarlo y me dijo: “No te olvides de los fósforos”. Mi madre lo miró inquieta, pero frunciendo sus labios, nada dijo. Corrí  a mi dormitorio y desde allí, con las luces apagadas, podía ver por la ventana sombras amenazantes que me acechaban detrás de los cristales. Las ramas de los árboles arañaban los vidrios y el ruido chirriante semejaba una risa maléfica. Sabía que más allá se elevaba amenazante, la figura grotesca de mi monstruo personal. Al cabo de mucho rato, y aferrando fuertemente la caja de fósforos, pude dormirme. Y soñé que estaba en…
   “…el campo, sembradíos a mi alrededor, espigas altas más allá de mi cabeza, y el áspero graznido de los cuervos. La luna, apenas dibujada entre las nubes, mostraba a veces el camino terroso. Pero cuando la oscuridad me envolvía, tropezaba con las raíces que asomaban y más de una vez casi caigo entre ellas. Mi camino me llevó, inexorablemente, hasta los pies del espantapájaros. Levanté la vista despacio, como conjurando el miedo, hasta encontrar esos ojos sin vida que me miraban desde la más profunda oscuridad. Su mano (¿¡Su mano!?) se movió, y yo sabía que deseaba alcanzarme. Entonces, retrocediendo y tropezando y aferrando el corazón que galopaba en mi pecho, recordé el consejo de mi padre. Tomé la caja  y, temblando sin control, traté de encender un fósforo. Miré su cara. Un rictus de su boca, remedo de una sonrisa, empezaba a esbozarse. Lo intenté de nuevo: Esta vez, la débil llama alumbró mi victoria. Levanté todo lo que pude mi brazo y lo mostré al espantajo. Retrocedió, ya no sonreía .Pero de un manotazo quiso apagar mi llama, y una explosión de chispas brotó de su brazo. Y corrí. Corrí sin voltearme hacia mi casa, hacia mis padres, hacia mi libertad…”
   Esa mañana, mientras desayunábamos en la cocina, el peón que cuidaba el campo llegó con una noticia: alguien había quemado el espantapájaros.
   “Vándalos”, dijo mi madre.
   “Justicia” dijo mi padre.

Beatriz Chiesa
Gracias Beatriz por compartir.

 
GANADORES EN NARRATIVA INFANTIL( 5 PARTICIPACIONES):

1.- primer puesto: "El espantapájaros" , seudónimo Bellátrix.
2.- segundo puesto: " El sueño y Kupanaca"” seudónimo: Stamina

No hay comentarios:

Publicar un comentario