Un padre es más que un espermatozoide
triunfante en una carrera sin cuartel por la supervivencia. Un espermatozoide
define el sexo, puede proveer una nariz, podría colaborar en unos ojos, podría
dotarnos de algunos rasgos de temperamento...
Un padre es más que eso. Es una senda,
muestra una forma de caminar, determina
un sentido.
Muchas veces le toca ser el malo y se resigna
a su papel. Otras derrocha una profunda ternura disfrazada de rigidez. Algunas
se enoja de verdad; impotente, estresado de preocupación, no halla en su precario
manual la actitud correcta; sabe que se equivoca pero no halla el modo, la
forma adecuada.
Es el ídolo en nuestra infancia; la piedra de
la discordia en nuestra adolescencia, el
que no sabe nada y quiere tener razón; el consejo desoído en nuestra
juventud y, el que tenía la razón en
nuestra adultez, aunque nunca nos hayamos dado la oportunidad de decírselo, o
la perdimos.
Suele estar poco pero su presencia se
respira; juega con nosotros y nos gana una mano a las cartas porque su niño
interno no quiere darse el lujo de perder todas las veces, y nos mira con
profunda admiración cuando le ganamos en buena ley.
Con el tiempo deja de decir tenés que y lo cambia por un me parece, se da cuenta que nos
crecieron alas; y si nos equivocamos nos palmea en la espalda mientras dice no importa, el que pierde gana dos veces, la
próxima será mejor. El que parece que no se da cuenta de nada, pero antes
de despedirse te susurra, casi un secreto, contá
conmigo…
En fin, los que tenemos uno, sabemos de qué
estoy hablando.
LB
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