¿Cuántas veces te
hiciste esta pregunta? ¿Una, dos, tres? ¿O te pasa como a mí que ya creo que
fueron miles de millones?
¿Te detuviste a pensar
cuántas veces tu queja reincidió en hacerte sentir una víctima? ¿En cuántas
oportunidades aprovechó para degradarte ante el espejo y ante los demás y
hacerte sentir inquerible, diminuto, intrascendente?
Estimo que sí, que te
pasa como a mí.
El hombre es el único
animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Nos falla el instinto? ¿O
será que le hacemos caso? ¿Desoímos nuestra intuición? Tal vez de no usarla se
nos atrofió. ¡Nos hemos intelectualizado tanto!
¿Será que hacemos
siempre lo mismo, que nos ganó la tecnología de la repetición y obtenemos, por
tanto, el mismo e indeseado resultado?
¿Será que nos regodeamos
en esto de ser víctimas de un destino prefabricado? (¿Desconoce alguien acaso
el poder de la víctima?)
¿Qué tal un cambio de
actitud?
¿Qué tal probar algo
nuevo, tomar la sartén por el mango, ser dueños de nuestro timón? Virar,
escorar, crear nuestro derrotero, hacernos responsables ciento por ciento de
cada decisión, sin importar el consenso ni la aprobación de los demás.
[“Nada nos enreda en mayores males que el atenernos a los rumores, en la
creencia de que lo mejor es lo aceptado por consentimiento de muchos, y el
seguir los ejemplos más numerosos, rigiéndonos, no por la razón, sino por la
imitación de los demás.” (Séneca)]
Tal vez nos haga
cosquillas el miedo si pensamos así. La amígdala nos paraliza ante cualquier
cosa, por pequeña que sea, que se aproxime a una “amenaza”. Nos aprieta la
cabeza ocultando el camino, la estalla; apunta
su daga al estómago y nos revuelve las tripas…
¿Es fácil desterrar al
miedo? No. Aseguro que no. La mente es un laberinto de contradicciones, su
archivo infinito y el poder de sus memorias poderoso. Nada se le escapa, nada
olvida. No hay muchas garantías de no repetir…
[“Es rey quien nada teme, es rey quien nada desea; y todos
podemos darnos ese reino.” (Séneca)]
Y, ¿quién quiere ser rey? A mi modo de
ver, todos y cada uno de nosotros.
A veces elegimos el reino equivocado, el
reino de otro.
Me pregunto cuál es nuestra capacidad en
esa materia, en esto de dominar lo ajeno, de sojuzgar al otro, de decir lo que
para él es mejor cuando somos incapaces de dominar lo nuestro, de gobernarnos a
nosotros mismos, de elegir lo mejor para nosotros.
LB
Hace unos años, pocos, una compañera del
taller Polifonía, me envió un link que le dio un giro a mi eterna búsqueda. Lo
comparto con ustedes.
Lo siento, perdóname, te amo, gracias.
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