sábado, 23 de noviembre de 2013
martes, 12 de noviembre de 2013
ENCUENTRO LITERARIO ARTISTICO INTERNACIONAL "HUELLAS CONTEMPORÁNEAS" - ANTOLOGIA "POR AMOR AL ARTE IV" (8-9/11/2013 - CÓRDOBA)
MI PARTICIPACIÓN
"HUELLAS CONTEMPORÁNEAS"
Poesía
Latir de espejos (a Boltanski)
Latir de espejos.
El pasar del tiempo a pulsos.
Un latir constante
al ritmo de los alambres
que encandecen y se agotan
al compás de los suspiros.
Bendicen con imágenes
los caminos insondables
de nuestro interno.
Nos provocan. Acontecen.
Maroma infinita de desbordes
que chuzan, se arrastran,
desenvuelven
paquetes con moños patéticos
ante quienes el placer se rinde
vanidoso de su existencia.
Esta existencia de carnes y huesos
de polvos y estiércol
de calles sin salida y sin cartel
de sueños colgados al sol hasta
disecarse.
Y solo veo sombras, tal vez mi sombra
de lo que fue tal vez una vez, o
muchas
o todas las sombras resumidas en una
sola.
Porque la claridad está a nuestra
espalda
y vemos solo eso
sombras de una realidad esquiva
fulgente, que nos muele en el giro
frenético
y constante de una licuadora.
Pulso. Nuestro pulso
que se sumerge en la oscuridad de los
espejos
de donde emergen nuestros sueños derrotados.
Liliana Bianco
Narrativa
La señorita Enriqueta
La señorita Enriqueta daba miedo. Vieja, alta, flaca, fea, picada de
viruelas y “solterona”; seria, distante, fría e irascible. Pero en lo suyo, era
la mejor. Lo sabía todo el barrio y su fama había trascendido las fronteras, a
las del barrio me refiero. Venían de Floresta, de Lugano, de Liniers… Ella
también lo sabía, lo decían sus trajes sastre en los inviernos y sus chemises
plisados los veranos (para nuestro desencanto ella nunca tomaba vacaciones), lo
gritaban su porte distinguido y su mirada a través de los cristales de sus
lentes de carey, que apoyaba en su prominente nariz.
Carola, su hermana, “solterona” también, en aquel entonces no tenía claro
lo que esto significaba pero por el tono que utilizaban no era nada bueno, era
regordeta, bajita, y sonreía siempre. Un
dechado de ternura, un alfajor de dulce de leche.
Vivían casi enfrente de mi casa, en una casa mucho más antigua que la mía,
chorizo las llaman, con una galería tan larga cual la secuencia de sus habitaciones
y letrina al fondo, bieeeennn al fondo. Al frente, un jardín que se llenaba de
junquillos en la época propicia y tenía un detalle que me encantaba, que me
hacía soñar: el aljibe.
De lunes a viernes, a las dos de la tarde, era cita obligada la asistencia
a las clases particulares de la señorita Enriqueta. Ahora se las llama “apoyo
escolar”. Allí nos reuníamos unos cuantos, muchas caras conocidas con las que
no hablábamos nunca, pero en las clases de la señorita Enriqueta menos.
Su parquedad se desenrollaba lentamente, eficiente y clara, al tratar de
hacernos entender los problemas más enroscados de las matemáticas. Resultaba
fascinante cómo en sus labios todo embrollo numérico se transformaba en un nudo
fácil de desatar. El tema eran las tablas: no nos perdonaba que no supiéramos
recitar sin titubear ninguna de ellas, incluso la del siete y la del nueve.
Gracias a Dios terminaban en la del diez que era tan fácil como la del uno, y
no teníamos que vérnosla con la del once, o el trece. Descarto la del 12 por el
tema de las docenas, uno la aprende sin querer.
Lo primero que nos enseñaba era a sacarle punta al lápiz. ¡Lanzada la
señorita Enriqueta! No era tarea simple, de ninguna manera, y por demás
peligrosa. Lo hacía lentamente para que
pudiéramos ver bien cuál era la técnica, desde dónde debíamos empezar a
desbastar y hasta dónde esquilmar la madera que cubría la mina, cuál era el
grosor apropiado de ésta y el largo conveniente. En fin, todos volvíamos a casa
con los lápices con una punta impecable y duradera. Hasta me arriesgo a decir
que nuestros padres ganaban en lápices lo que pagaban por sus clases.
Cuando practicábamos Castellano lo hacíamos con la pluma. El trabajo con la
pluma era otro cantar. Les recuerdo que en aquella época todavía no había
aparecido la birome, ni tan siquiera el azul lavable.
Todos sus alumnos, el que más y el que menos, aprendimos a utilizar las
plumas, a cuidarlas para que no se “abran” en un trazo irregular y a que no
lastimen el papel de nuestros cuadernos, a usar la lavandina con discreción y cómo
hacer para que no amarillee la hoja. Tampoco existía entonces el hisopo
prefabricado ni el liquid,
Luisito decía que nos hablaba en difícil y encima había que escribir en
difícil. A mí me daba lo mismo; poco sabía yo de la lengua castellana en esos
días.
La lectura era lo mejor. A mis compañeros no les gustaba mucho, pero
Enriqueta se transformaba en actriz: entonaba exageradamente los signos de
puntuación, las exclamaciones y los signos de pregunta; se posesionaba de los
personajes y nos brindaba una mini obra teatral. Generalmente, Carola la
interrumpía cuando nos traía el mate cocido con galletitas y entonces nos
quedábamos sin el final. Aunque ahora que lo pienso, podría ser una treta de
esta maestra a la antigua para dejarnos con la espina y acudiéramos al libro a
completar la lectura.
También nos explicaba la geografía, muchas veces con fotos de viejos libros
color sepia que también nos enseñó a descubrir. Historia no. Historia no nos
enseñaba. Ella decía que ella conocía otra historia y esa, la que ella conocía,
no estaba en el programa de la escuela.
La señorita Enriqueta, Enriqueta Aruelo Larriva, no pasó a la historia, a
la conocida. Su fama la acompañó cuando se fue a dormir para siempre, y su
renombre se escondió entre los escombros de la casa cuando la demolieron para
hacer una moderna en los setenta. Pero
su huella permanece en nuestras historias, en esa parte de la historia que no
se enseña en las escuelas.
Liliana Bianco
Mi Neptuno
Jorge me dijo un día: El mundo está rayado, sigámosle la corriente,
mientras tomaba de una caja destinada a la basura, un floripondio de plumero al
que le quedaban cinco pétalos que se esforzaban por erguirse y mantener su
dignidad.
Te amo, susurró a
mi oído y me lo ofreció. Yo lo sostuve cuidadosamente entre mis manos en medio
de nosotros. La gente en el subte nos miraba de reojo simulando mirar otra cosa.
Los que subían y no podían menos que vernos de frente, abrían grandes los ojos,
entre sorprendidos y escandalizados, como si presenciaran una escena erótica.
Miralos. Mirales las caras. No. No dejes de mirarme a los ojos. Nunca. Me
hundía entonces en esa mirada suya de ojos negros, muy negros. Me envolvía en
su manto oscuro donde el mundo desaparecía.
El plumero terminó en el primer
cesto que encontramos. Nuestras carcajadas se reproducían en la estación
vacía en ecos agudos e interminables.
El guardia nos miró con cierta lástima.
Nos advirtió la hora con un gesto exagerado de su mano, llevando alevosamente
su reloj pulsera al alcance de su vista.
Jorge lo saludó con una
inclinación de cabeza. Yo bajé la mirada avergonzada. Unos pasos más adelante nos
reencontramos con nuestras risas.
Caminamos por las calles
solitarias de la noche del Bajo. Nos hundimos en la niebla que desde el río
invadía el parque Colón dándole un toque de película de terror que solo sus
besos podían disipar. No tenía miedo. En sus brazos el peligro dejaba de existir.
Me sobresaltó el chirrido de autos
en el asfalto, frenadas, voces. Hacía frío y ese quiebre del silencio me
estremeció. Lo sentí horrible, macabro… Entonces él me abrazó con más fuerza,
como si quisiera esconderme dentro de él.
Vamos, hay algo que quiero mostrarte.
Enfilamos a la Costanera Sur. En
aquel entonces las escalinatas del río estaban aún vigentes aunque ya no fuera
un balneario. Las olas remolonas chapoteaban en los escalones con suavidad, en
un balanceo sensual y sereno a la vez.
Sentate acá. Esperá unos segundos nada más. Ni se te ocurra moverte.
Y bajó las escaleras hasta
desaparecer. Al no verlo una intensa inquietud me obligó a levantarme. ¡No te muevas!, dijo desde el más allá y me
detuve.
Y allí surgió, como un Neptuno
alzándose de entre las aguas del río. Corrí hacia él y lo abracé fuerte.
Me pidió que lo acompañara a la
casa de un amigo. Era cerca y prometió no tardar mucho. Debía buscar unas
cosas. Yo pensé que era un poco tarde para ir de visitas, pero Jorge no era una
persona común. ¿Por qué tendrían que serlo sus amigos? Accedí a pesar de la
hora y a sabiendas de que esa demora no nos
iba a resultar gratuita.
Unos autos oscuros se deslizaron
con desesperación por Paseo Colón y se
detuvieron bruscamente al cruzar la Avenida San Juan.
Jorge tomó mi brazo con urgencia. ¿Sabés? Tenés razón, es muy tarde para
visitas. Mejor te acompaño a tu casa… decía mientras me arrastraba para
doblar en la primer esquina.
Había un dejo de tristeza, de desilusión,
de rabia, en sus palabras. Mi corazón no
entendía, pero sentía que había algo más en ellas. Sus ojos negros se cubrieron
de un brillo distinto, y aunque lo negó
rotundamente, yo sé que estaba llorando, en silencio, aunque procuraba frenar
sus lágrimas; porque eso le enseñaron, que los hombres no lloran.
Armado de paciencia enfrentó al
Tano y sus reproches estoicamente, y se fue. No supe más de él.
Aquí estoy. En una costanera muy
diferente a la de aquel entonces jugando con mi anillo de acero inoxidable
grabado con su nombre. Ese que intercambiamos en un beso hace cuarenta años y regodeándome
en los recuerdos, como la vez del zoológico cuando me preguntó a boca de jarro
quiénes eran realmente los presos, si los leones o nosotros.
Con el paso del tiempo fui
sabiendo algunas cosas que fueron aclarando las otras, las que ignoraba.
Ya no hay escalinatas. El río está
bastante más lejos. Mi vista no llega a alcanzarlo desde aquí. Mi Neptuno de
ojos negros, muy negros, de coleta ensortijada y sonrisa espléndida ya no podrá
emerger de las aguas.
Liliana Bianco
"POR AMOR AL ARTE IV"
SENSIBLE
SENSIBLE
Explosión de color. La onda se expande.
Deleita los sentidos. Los crispa.
La mirada. El gesto. La palabra.
El aroma. El toque oculto. El inconsciente.
Condicen. Se encuentran. Declaman el silencio.
Las sensaciones escondidas aúllan lo
profundo.
Tejen ideas y en su urdimbre la araña
Engañosas precipitan nuestra lengua.
La enmudecen. Esconden el vocablo.
Encienden los ojos. Apagan la mirada.
Hacen vibrar la alegría. Enlutan el
grito.
La batalla se dirime
entre sueños, esperanzas y deseos.
La verdad emerge de la sombra.
Tibieza de un ocaso que persiste.
Desalumbra a las estrellas y a
los astros.
En el apócope estertóreo abre caminos.
Luminosa. Brillante. Sensible.
Dejemos ahora hermano su trono a la
alegría.
Mañana podrá ser temprano, hoy nunca será
tarde.
Que la ilusión de la pena evanezca
la noche que vendrá sin ser llamada.
Sigamos, pues, nuestro andar
peregrino, trashumante,
velando la aurora inminente.
Libertad eterna que presume
simplemente sensual
sensiblemente simple
sencillamente sensible.
Liliana Bianco
RONDA DE LECTURA
Hablando de amores
¿Por qué escribo? Para que puedas
escucharme desde el principio hasta el final. Sin que una mala mano me calle, o
me tire al piso, o me salte un diente, o
haga que me muerda la lengua.
Es muy breve. No vas a perderte una
copa por leerla. Después de todo es una carta de amor. Sí, de amor.
Hay amores que te rejuvenecen. Hay
amores que te transportan a lugares insospechados. Hay amores que te vivifican.
Hay amores que te hacen tocar el cielo con las manos. Y hay amores, como el tuyo, que te llevan de
paseo por todos los anillos del infierno.
Yo no me daba cuenta. ¿Sabés? ¡¿Podés
creerlo?! Yo entendía que estaba bien, que el alcohol es cosa de hombres y que
es cosa de hombres pegarle a una mujer. Porque te quiero te aporreo, ¿no? Yo
creía todo eso. Me habían hecho creer que era así y, mea culpa, yo me lo creí. Todito
me lo creí. Hasta ayer. Hasta ayer me lo creí. Hasta ayer, cuando el médico me dijo la felicito señora, va a ser mamá. Y una ternura me caló hondo, se
me enterró profunda en el alma, inquietó mi corazón. ¡Feliz! Estaba feliz. Iba a casa feliz para contarte y hacerte feliz,
tan feliz como yo me sentía, y pensaba tal
vez ahora tenga una buena razón y deje el trago, y podamos ser felices juntos y...
Los pensamientos se fugaron con tu
bienvenida. Esa que me diste y que llevo y llevaré por unos días estampada en
mi mentón y en mi ojo derecho; y grabado eternamente en el alma el rodillazo
que plantaste en mi vientre cuando casi me caigo, y ese hilo caliente que se
deslizó tímido por mi entrepierna y manchó mi pantalón.
Sí mi amor. Hay amores que matan.
Yo quiero decirte que el tuyo no
puede conmigo. Ya no. Y que no va a
poder.
Tal vez no la leas nunca, siempre
tan borracho como estás. Capaz ni te des cuenta que es para vos. De lo que sí
vas a percatarte, tarde o temprano, es que yo ya no estoy.
Liliana
Bianco
ENCUENTRO LITERARIO CEN - NOVELARTE - CORDOBA ( 8-9/11/2013)
"El horizonte está en los ojos y no en la realidad."
(Ángel Gavinet)
El viernes 8/11, a las 15 hs. iniciamos el encuentro con una ronda de lectura que nos dio también la posibilidad de presentarnos y luego el primer taller creativo. Dicen que solo confirmamos nueve pero eramos más de treinta.
Debatimos sobre la literaturidad de los distinos géneros discursivos, cuáles podíamos considerar literarios y cuáles no; jugamos a inventar palabras y para cerrar las utilizamos en la elaboración de un texto, narración o poema. Algunos leyeron sus creaciones.
En la mañana del sábado se realizó el segundo taller creativo; microcuento y micropoesía. Fuimos muchos más que el día anterior. Dadas las características de este taller, todos pudimos leer nuestros micro - escritos: Fue sorprendente, al menos para mí.
Margarita tuvo a cargo la coordinación de ambos talleres y lo hizo maravillosamente. ¡¡¡GRACIAS MARGARITA!!!
La bella durmiente del bosque y el príncipe (Marco Denevi)
La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos abiertos.
Córdoba, la docta. No pude
recorrer mucho.
Dejo solo unas instantáneas
(Ángel Gavinet)
El viernes 8/11, a las 15 hs. iniciamos el encuentro con una ronda de lectura que nos dio también la posibilidad de presentarnos y luego el primer taller creativo. Dicen que solo confirmamos nueve pero eramos más de treinta.
Debatimos sobre la literaturidad de los distinos géneros discursivos, cuáles podíamos considerar literarios y cuáles no; jugamos a inventar palabras y para cerrar las utilizamos en la elaboración de un texto, narración o poema. Algunos leyeron sus creaciones.
En la mañana del sábado se realizó el segundo taller creativo; microcuento y micropoesía. Fuimos muchos más que el día anterior. Dadas las características de este taller, todos pudimos leer nuestros micro - escritos: Fue sorprendente, al menos para mí.
Margarita tuvo a cargo la coordinación de ambos talleres y lo hizo maravillosamente. ¡¡¡GRACIAS MARGARITA!!!
La bella durmiente del bosque y el príncipe (Marco Denevi)
La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos abiertos.
Córdoba, la docta. No pude
recorrer mucho.
Dejo solo unas instantáneas
Por la tarde Ronda de Lecturas.
El Acto Principal del encuentro: Presentaciones de libros, Certificados de Participación en el Concurso Huellas Contemporáneas y la Antología Novelarte, Sorteo de la edición de un libro entre los participantes de esta Antología, espectáculo musical y entrega de premios.
Lectura del prólogo de la antología Huellas Contemporáneas a cargo de su autora Norma Masarone
PRIMER PREMIO POESÍA
Alida de Las Varillas
1ª ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ESCRITORES BRANDSEN - LA PLATA 2013
TRABAJO CON LAS ESCUELAS
Los alumnos de cuarto grado A y B, de la Escuela Nº 8 de Brandsen, a cargo de la Señorita Nelly Trabajaron con mi cuento, me contaron su experiencia, lo ilustraron e hicieron un montón de preguntas. ¡UN LUJO!
Los alumnos de cuarto grado A y B, de la Escuela Nº 8 de Brandsen, a cargo de la Señorita Nelly Trabajaron con mi cuento, me contaron su experiencia, lo ilustraron e hicieron un montón de preguntas. ¡UN LUJO!
Se me hizo un nudo en el pecho
Zapatos
color gris. Vestido gris. Cabello gris. Sombrero rojo.
Pálida.
Apenas un toque de carmín. Su cara refleja la paz inexistente en esta vida. Ni
una sola contracción en sus patas de gallo profundas de sabiduría; ningún
rictus en la delicadeza de las líneas marcadas en su rostro. Su belleza -porque
es bella- no es de este mundo.
Todo en
ella parece normal. Sus ojos, que soportan pacientemente mi escrutinio; sus
manos, sus dedos finos y sus uñas cortas bien cuidadas; su pulso inexistente
que acelera el mío. Ninguna contusión. Ningún indicio de este parir la muerte,
de invertir la vida. La imagino joven y me deslumbro. Un ángel caído. Me digo. Otro
más.
Contengo
las ganas de llorar. Dicen que los hombres no lloran pero si eso solo hace la
diferencia de género les aseguro que debería renunciar al mío.
En esta
profesión es difícil no llorar. Cuando estudiante me dijeron que uno se
acostumbra, que uno aprende a colocarse la armadura y ya; si no, no podes hacer
tu trabajo. Esta asignatura la tengo pendiente a pesar de mi amplio y largo
desempeño, pero como es opcional puedo ejercer sin que sea un problema.
Le
quito con cuidado el sombrero que quedó imperturbable a la caída y al traslado.
Indiana Jones se me cruza fugazmente y no puedo más que sonreír. Su cabello parece
iluminado por un rayo de luna. No puedo resistir la tentación de acomodarlo, y
una corriente me recorre el cuerpo entero ante el contacto.
Es un ángel, insisto. No todos los ángeles tienen alas.
El
llamado del altavoz me sustrae de la situación. Mi pecho parece no latir, como
el corazón de ella. Me alejo respondiendo al llamado. Ya no hay nada que hacer,... Camino sobre nubes, me siento ligero, leve, como si no pesara nada. El cansancio
desapareció. No me molestan las rodillas aburridas de andar estos pasillos. Me
siento joven y lleno de energía.
Se
corrió de mi vista pero no de mí. Ella me tiene hechizado. No puedo entender lo
que me pasa. Es casi mediodía y ya me voy. Pero antes voy a pasar por la
guardia. Quiero verla una vez más.
No está.
Consulto el libro: nada. Sobre la camilla el rojo de su sombrero me llama. Sin
pensarlo dos veces lo tomo como un chico que roba una golosina y lo meto en mi bolso.
La perdí… Definitivamente.
Me invade
el desosiego del abandono. Esa infinita tristeza que ni siquiera conmueve. Que
te aleja de tus iguales.
Ya en
casa tomo el sombrero. Recorro con mis dedos el paño extrañamente suave. Cierro
mis ojos y su rostro llega a mí.
Siquiera sé tu nombre, le digo.
Instintivamente
miro el interior del sombrero y una etiqueta se dibuja ante mis ojos: Angelita
Luz.
Mi
corazón se aprieta. Se contrae con fuerza. Queda inmóvil atrapado en un nudo
que ya no podrá desatarse. Mi cuerpo se estremece por última vez. Puedo verlo
despatarrado en el sillón totalmente relajado. Así estará un rato. No más. Hasta
que la rigidez se apodere de él.
Decido
partir. Aquí tampoco hay más que hacer. Tal vez me esté esperando.
Zapatos
color gris. Vestido gris. Cabello gris… Angelita, Luz de luna.
Te llevo tu sombrero.
Liliana Bianco
LOS ARTISTAS:
4ª A:
IARA; DELFINA; NICOLAS; AGUSTIN; JUAN; CESAR; AGUSTINA y FRANCO
4º B:
FERNANDO; MAURO; ANTONELA; VANINA e ISABELA
Y el aporte inapreciable de la SEÑO: NELLY
A todo ellos ellos ¡GRACIAS, MUCHAS GRACIAS! FUE UNA EXPERIENCIA MARAVILLOSA!
Corolario: Nunca, pero NUNCA, subestimemos al lector
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