sábado, 24 de junio de 2017

Homenaje a Ernesto Sabato - 104 aniversario de su nacimiento

Con una hermosa exposición fotográfica, con una Alejandra igualita a la que me imaginé cuando leí "Sobre héroes y tumbas" y el mural ganador que hoy ilumina una pared del CCSabato festejamos ayer el 104 cumpleaños de Don Ernesto.

Aquí unas imágenes de Ileana Gómez Gavinoser del encuentro y algunas cositas más:

















































Publiqué "SOBRE HEROES Y TUMBAS" en el año 1961, en el que escribí la tragedia final del, General Juan Lavalle, su decisión de tomar Buenos Aires, después de organizar en Montevideo el plan de derrocamiento de Dorrego. Se han escrito muchísimas páginas de historia sobre aquel desdichado acontecimiento, una de las tantas consecuencia de las luchas entre federales y unitarios. Cuando decidí tomarlo para mi novela, no era, en modo alguno el deseo de exaltar a Lavalle, ni de justificar el fusilamiento de otro gran patriota como fue Dorrego, sino el de lograr mediante el lenguaje poético lo que jamás se logra mediante documentos de partidarios y enemigos; intentar penetrar en ese corazón que alberga el amor y el odio, las grandes pasiones y las infinitas contradicciones del ser humano en todos los tiempos y circunstancias, lo que sólo se logra mediante lo que debe llamarse poesía, no en el estrecho y equivocado sentido que se le da en nuestro tiempo a esa palabra, sino en su más profundo y primigenio significado.
Grandes trágicos de todos los tiempos han tomado figuras históricas -pienso en Shakespeare, en Schiller, y en tantos otros- para darnos sus versiones personales mediante el arte: En mi humilde condición sentí la necesidad de hacer algo de eso que aquéllos lograron, investigando todo lo que pude, hasta la correspondencia privada del General Lavalle, pero luego dejaría que mi imaginación y esa oscura inspiración que según los griegos era lo único que permite alcanzar la obra de arte, me condujeran, casi diría me arrastraran, hacia aquel trágico episodio del Coronel Dorrego, a quien, sin duda, su antiguo camarada de armas en las luchas por la Independencia admiraba y por el que - palabras de una carta de Lavalle a su mujer después del fusilamiento y en días y meses de desconsuelo - "porque tenía inclinación por Manuel", palabra hermosa que me recordaba mi infancia en el pueblo de Rojas, donde aún se usaba, como en toda nuestra campaña. Cuando salió la novela, varios amigos me sugirieron la posibilidad de hacer una obra musi-cal con el texto, quizá una suerte de oratorio, pero mi hijo Jorge Federico, apoyado por otros amigos, me dijo que sería mejor hacerlo con un músico folklórico de extraordinaria calidad musical: EDUARDO FALU, quién aceptó entusiasmado apenas le dí el texto. Y así, hace ya casi treinta años, en pocas y febriles jornadas de trabajo, hicimos esto que ahora sale en una nueva edición. No había por entonces ningún precedente, circunstancia que más bien me inclinaba al pesimismo, al que soy tan propenso.No se trataba de hacer algo tan fuera de lugar como una iglesia gótica en el siglo XX, sino algo que en cierto modo se justificaba, por la perdurasión del romancero castellano en el folklore vivo de nuestros pueblos. La tentativa, pues, era peligrosa, pero fascinante, y terminó por animarme el generoso entusiasmo de mi compañero de aventura. Así nos pusimos a la tarea. Pero, qué forma poética emplear?. Luego de algunos ensayos con versos de 16 sílabas, comprendí que por ese camino íbamos a llegar a una especie de imitación de aquellos cantares del medioevo. Y entonces decidí mante-ner la prosa épico-lírica del correspondiente fragmento de la novela, introduciendo las coplas del tipo aún viviente en el folklore de estos países. Algunas de esas coplas, como las que rememoran el fusilamiento de Dorrego, las tomé directamente; otras, la mayoría las compuse yo mismo,
respetando el espíritu que las caracteriza. De este modo traté de insertar nuestro romance en la gran tradición, adecuándolo sin embargo a la sensibilidad de nuestro tiempo, evitando un lenguaje arqueológico, ya que sólo podemos emocionar mediante la lengua que vivimos. De ahí que no haya vacilado en un anacronismo como "tachito".
La experiencia nos dió enormes satisfacciones. Y la prueba que era algo esencialmente legítimo es que prendió en el espíritu de -las gentes, hasta el punto - que mucho nos alegró - que otros artistas hayan compuesto obras en la misma línea.
Debo decir , finalmente, que mi idea no habría alcanzado ese valor si no hubiera tenido la ventura de encontrar un artista de la sensibilidad, imaginación y virtuosismo de Eduardo Falú. Una vez más, en esta definitiva versión -porque no tendré ya otra posibilidad- le quiero expresar no solo mi admiración, sino su infinita paciencia para soportarme en esta empresa.
Ernesto Sábato,
Santos Lugares,
agosto de 1993.










El alma de Lavalle advierte las lágrimas de Danel
y le dice:
- Sufrís por mí,
pero deberías sufrir por los camaradas que quedan,
ahora yo no importo.
Lo que en mí se corrompía, lo estás arrancando
y las aguas lo llevarán muy lejos.
Con el tiempo se convertirá en tierra,
ayudará en una planta crecer,
puede que esté en la florcita de campo.
Ya ves que ésto no debería entristecerte, Alejandro.
Y además,
así sólo quedarán mis huesos,
lo único que en nosotros se parece a la eternidad.
Me conforta que también guarden mi corazón
y la cabeza.
La cabeza que esos doctores de Montevideo ridiculizaban,
quizás, porque me repugnó aliarme con extranjeros,
o porque esta larga retirada les pareció insensata.
Porque no ataqué a Buenos Aires.
No saben que el recuerdo de Dorrego
comenzó a atormentarme desde que entramos en la provincia.
Yo era muy joven cuando lo fusilé,
y creí que hacía un servicio a la patria,
y aunque me dolió entrañablemente,
porque yo quería a Manuel,
porque siempre le tuve inclinación,
firmé aquella sentencia que tanta sangre
ha hecho correr en doce años.


Los huesos son envueltos en el poncho
que alguna vez fue celeste,
pero que ahora es apenas un trapo sucio.
Un trapo que no se sabe bien lo que representa.
Uno de esos símbolos de las pasiones humanas,
Celeste, Colorado,
que terminan por volver al colorín mortal de la tierra,
del color del destino último de los hombres,
Unitarios o Federales.
Ponen el corazón en un tachito con aguardiente,
y por un momento no se sabe a quién entregarlo.
El alma de Lavalle contempla
al más desamparado de sus fieles.
A alguien que permanece solo y un poco apartado,
y piensa:
Aparicio Sosa, que nunca necesitaste entender nada,
limitándote a serme fiel,
a creer sin razones en lo que hiciera.
Vos, que me cuidaste desde que yo era un cadete mocoso y arrogante.
Vos, callado Sargento Sosa,
el Negro Sosa,
el picado de viruelas Sosa.
El que me salvó en Cancha Rayada, poniendo su pecho.
El que nada, absolutamente nada posee,
fuera de su amor a este pobre General derrotado,
y a esta patria bárbara y desdichada.
Querría que pensasen en vos,
Aparicio Sosa.






Alejandro Danel entrega el corazón al Sargento
y el alma de Lavalle se dice:
- Sí compañeros,
porque es como darlo a esta tierra
regada con la sangre de tantos hombres como él.
La tierra de esta Quebrada
por la que hace tanto tiempo,
tanto tiempo,
muchos hombres como Aparicio Sosa,
humildes y pobres,
sin pedir nada,
sin recibir nada,
ofrecieron su vida
únicamente por la libertad de esta tierra.

La tierra de esta Quebrada,
piensa Lavalle,
por la que hace tantos años,
tantos,
subió Manuel Belgrano,
frágil como una niña,
generalito improvisado,
con la sóla fuerza de su ánimo y su fervor,
dispuesto a enfrentar a tropas aguerridas
por una patria que aún no se sabía lo que era,
que todavía no sabemos lo que es.
¿Hasta donde se extiende?
¿A quién pertenece de verdad?
Si a Rosas, si a nosotros,
si a todos juntos,pero que sin duda alguna
pertenece al Sargento Sosa.
Ya deben recomenzar la marcha.


Mirando hacia la tierra que se conoce con el nombre
de Provincias Unidas del Sud.
Unidas del Sud...
Que dolorosamente irónicas suenan esas palabras.
Mirando hacia la región del mundo
en que esos hombres han nacido
y donde quedan sus hijos,
sus hermanos,
sus mujeres,
sus madres.
¿Para siempre?
Sí, probablemente para siempre.
Todos miran hacia el sur
también el Sargento Sosa
con aquel tachito
apretado contra su pecho.
Hasta que el General Pedernera comprende que ya basta,
y da la orden de marcha
y todos tiran de sus riendas
y vuelven sus cabalgaduras hacia el norte.
Ya se alejan lentamente en medio del polvo
en la soledad mineral
en aquella desolada región planetaria.
Y pronto no se distinguirán,
polvo en el polvo.
 Ya nada queda en la Quebrada
de aquellos restos de la Legión.
El eco de sus caballadas se ha apagado.
La tierra que desprendieron
en su furioso galope, ha vuelto a su seno,
lenta pero inexorablemente.
La carne de Lavalle ha sido arrastrada
hacia abajo, por las aguas de un río,
para convertirse en tierra,
acaso en árbol o en flor.



Un viejo indio me ha contado
que en ciertas noches de luna
se aparece el fantasma del General.
Se oyen primero las espuelas
y luego un misterioso y sordo relincho.
Después aparece Lavalle
en un caballo blanco como la nieve.
Lleva un gran sable de caballería
y un alto morleón de Granadero.
Pobre indio...
Si el General era ya un mísero paisano
con un chambergo de paja sucia
y un poncho que había olvidado
su color simbólico.
Si aquél desventurado
no vestía ya ni uniforme de Granadero,
ni alto morleón,
ni nada.
Si era un desdichado rotoso entre desdichados.
Pero,
así ve el viejo indio el General
y así me lo contó.
También me dijo que es como un sueño,
es apenas un instante
en que aquél guerrero resplandece en la noche.



Ésta es la historia de un caballero
valiente y desgraciado;
La historia de la larga retirada
de un hombre atormentado por el recuerdo
y el infortunio.
El romance del fin y muerte
del General Juan Galo de Lavalle,
descendiente de Pelayo
y Hernán Cortés,
el soldado quién San Martín llamó
el primer espada del Ejército Libertador.
Peleó en ciento cinco combates
por la libertad de este continente
y murió en la miseria y el desconcierto.
Dorrego es su corazón
volvió con él a morir
el suelo nuestro quisiera
los dos con misma pasión.
Nuestra tierra recogió
sus cuerpos juntos en paz
allí volví hermanados
en la misma grandeza de recuerdo y amor.








Y Kelly nos trajo una sorpresa: 




                                               Al maestro (palabra e imagen) Ernesto Sábato
                            a partir de las cinco de la madrugada del 30-04-11
(cuando supe su tránsito).
Kelly Gavinoser

Aún estás  -no tu ánima-
en el túnel semio “(b)”scuro
                          (entre  comillas  y  paréntesis la pérdida
                           de la  que se cierra sonora)
encajonado en los miedos
                   (de lo que no se sabe)
que cultivaste existente y existiendo
                   (y hoy existido)
y estás en  el “el” no en  un “un”
porque este sí es el ya sab-ido
                            por tem-ido
pero…
sin embargo…
          hay un “un” que te abriga
y abriga tus fantasmas ya encerrados
en tu cápsula-vida
tus fantasmas osando en tus túneles
tus fantasmas osando entre “héroes” y “tumbas”
porque vives como héroe en tu mundo verbal
y sigues viviendo como héroe en las tumbas de tus monstruos-figuras
                                                                                      enmarcadas
para que no sean más que exorcismos ciertos de un Abbadón
que no existe más que en los miedos.

Así liberaste tu utópica mirada para llenarla
de siempres
de tus siempres maestros de futuros.
                                                        Hasta siempre…


   



EL MURAL

Artista Plástica: Carmen Buschiazzo (Entre Ríos)

















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