lunes, 28 de noviembre de 2016

JUNÍN 26/11/2016

Instituto Cultural Latinoamericano

"ELEGIDOS 2016"

Seda Verde ganó el Tercer Premio.





Para lo que quieran leer, aquí va:

SEDA  VERDE



Son las tres de la madrugada. En la humilde casa de Aurora la luz sigue encendida. Se escucha suave “La Primavera” de Vivaldi.

¿Aurora Pérez? Tengo un trabajo para usted, recuerda mientras está terminando la bufanda número diez.

Necesito cien bufandas realizadas con este hilado, le dice mientras abre la bolsa que apoya en la mesa para mostrarlo. Revive la sedosa textura de ese hilo que ahora trabaja con sus manos incansables y que se desliza caprichosamente por sus dedos, enredándose a veces en la urdimbre, más veces de las que ella quisiera.

Trae su memoria el aspecto del hombre. No era habitual trabajar con ese tipo de gente. (¿Por qué había aceptado? ¡Bien sabía por qué!)


Las necesito para el miércoles.

 ¿Cuándo va a traerme el resto del hilado?

Esto bastará para confeccionar las cien; hasta quedará un remanente que usted podrá usar en lo que quiera.



Aurora dudó seriamente de estas palabras. Desde que tenía uso de razón se había dedicado al tejido. Esa cantidad podría alcanzar para unas diez, no más. No estaba dispuesta a esas alturas a tratar con excéntricos. Estaba por negarse a tomar el trabajo cuando el extraño soltó la propuesta: Pago el doble de su tarifa, la que sea. Aurora  dudó el doble esta vez. Sin embargo, pensó en el techo que merecía un buen arreglo antes de que empezara el invierno y sin dudas se fugaron junto con la brisa fresca que acarició su rostro. El escalofrío la hizo envolverse mejor en su chal.  El miércoles, pensó, debería trabajar más horas de las diez habituales. Seguía indecisa cuando se desató la tormenta y una gota perforó el techo y enfrió su nariz, y otras iniciaron su sinfonía metálica en los cacharros estratégicamente dispuestos para recogerlas.

Aceptó, a pesar de la inquietud que perturbó su alma.

¿Su nombre? No tiene importancia. Tampoco le dije lo que voy a cobrarle. Eso tampoco tiene importancia. El miércoles a esta misma hora paso por ellas y le traigo su paga. Y salió de la casa.

El cucú cantó doce veces.  La tormenta arreció toda la noche.




Aurora afirmó el último nudo. Observó el hilo restante. La bolsa no había sufrido merma alguna. Sospechó de ese hecho pero se entretuvo haciendo sus cuentas. Estaba cansada. Necesitaba dormir, sus manos tenían la indecisión del agotamiento y su cuerpo reclamaba su recompensa.

Empecé a las cinco, son las tres ¡Veintitrés horas sin parar! Dos horas y media cada una, faltan noventa… Tomó el cuenco y lo puso al fuego. Un tazón de sopa, eso necesito, noventa por dos, ciento ochenta, más cuarenta y cinco, doscientas veinticinco, dividido por… ¿por cuánto divido? Si trabajara lo habitual necesitaría  veintitrés días, y miércoles es dentro de seis… Sorbía lentamente la sopa, tratando de desatar con suavidad el increíble nudo que cerraba su estómago. Estaba loca cuando le dije que sí, rematadamente loca.

Volvió mentalmente a sus cálculos. Los rehízo desde otra óptica: noventa dividido seis, quince. Nada de dormir, Aurora, y aún así, no llegás en término.

Miró el catre. ¿Si se tiraba solo un ratito? ¿Un ratito no más? Desestimó la idea y preparó una pava llena de café, bien fuerte, se dijo, para despertar muertos.

Mientras tomaba  su jarro de café observó la bolsa con curiosidad. ¿Cómo es que sigue igual? ¡Aurora, dejate de pavadas y manos a la obra!

Le va a alcanzar para las cien y hasta quedará un resto para que haga con él lo que quiera. Le pagaré el doble de lo que cobra habitualmente. El miércoles a esta hora… Recreaba una y otra vez la conversación para darse ánimos y no sucumbir al sueño y al cansancio. Las piernas se le adormecían, no hallaba posición.

La número diez se enroscó en sus piernas: se las masajeaba suavemente y el alivio las recorría desde las rodillas hasta los dedos de sus pies.

 El cucú dio las doce del día. Hizo caso omiso de los reclamos de su estómago mientras anudaba la número dieciocho. Había superado su récord y esto le dio ánimo. Desenrolló de sus pies la número diez y se la acercó a su corazón dándole las gracias. Decidió que podía darse un respiro y se sirvió una taza de caldo y otro jarro de café.




Sonaron las seis cuando sus manos se empacaron del todo y no respondían al llamado del deber. Iba por el cincuenta por ciento de la número veinticuatro.

Calentó agua con sal en una olla y sumergió en ella sus manos. La tibieza la relajó y sus ojos se entrecerraron suavemente. Dormitó un rato, un buen rato. La despertó el cucú de las nueve acompañado de la sinfonía de las gotas tañendo los cacharros. Se sobresaltó…

Tenía clara la recompensa por el trabajo realizado, pero… ¿Qué pasaría si no cumplía? Esto le inspiraba un temor gigantesco, como si se le apareciera la dama de negro en persona. Secó sus manos y las puso rápidamente a trabajar. Con sorpresa notó que a la veinticuatro solo le faltaba el remate final. Estaba segura de que solo había tejido la mitad. Barrió la duda y siguió adelante.



El tintineo de la lluvia no menguaba y la temperatura bajaba considerablemente. Miró el canasto: vacío. Había olvidado entrar la leña y ahora estaría toda húmeda. El humo malograría su trabajo.

El frío la entumecía. La número veinte se enroscó en su cuello. La diez volvió a su posición, el frío se disipó en la seda verde. Con nuevos ánimos continuó el tejido.



La medianoche la sorprendió anudando la veintisiete. Rehízo sus cálculos. Había superado su velocidad ampliamente, a una hora y media. Tejería hasta la treinta y tomaría un descanso.

A las cuatro y media cortó una rebanada de pan y un trozo de queso, calentó caldo y un poco más repuesta se recostó en el catre hasta que el cucú diera las seis.

Durmió, si a eso se le puede llamar dormir, dando millones de giros en su catre, soñando con el extraño personaje del encargo y la parca escondida en el bolsillo de su capote que se interponía entre su dinero y ella. Hacía frío, pero ella despertó empapada en sudor. Se dio una ducha rápida con el agua bien caliente y se sentó a continuar con su tejido. En ese momento dieron las seis.

Con el cuerpo caldeado por el baño y enervado por el miedo trabajó sin parar durante los siguientes cuatro días. No hizo caso del frío ni del dolor de su espalda, ni de la dormidera que intrusa se enseñoreaba de sus manos y sus pies.

El miércoles, cuando el cucú sonó seis veces en la mañana, sucumbió sin remedio. Ya no pudo obligar a sus ojos a mantenerse abiertos, ni a sus manos a que obedecieran, y cayó en un sueño profundo. Todavía faltaban diez y la noventa había quedado sin rematar.

Ese día el sol reapareció en el horizonte. Apiladas, las bufandas descansaban sobre la mesa de trabajo, ocho de diez, una de nueve.

 La  noventa chilló desesperada espabilando a las capitanas de las decenas que fueron a reunirse a su lado y trabaron concilio. Aurora se había esmerado mucho, no podían abandonarla ahora que casi estaba hecho. La libertad de las cien, sus vidas y la de Aurora estaban en juego.



Aurora se fundía en su pesadilla. Tres metros bajo tierra. Se abatía por quitarse de encima los terrones, perforarlos para alcanzar el aire. Manoteaba el vacío, empujaba con sus piernas…

La diez y la veinte se anudaron a ellas, la treinta y la cuarenta atacaron sus manos, cincuenta y sesenta sus antebrazos, setenta y ochenta su espalda y la noventa se acurrucó en su corazón.

Como zombie, Aurora se sentó en su silla de trabajo y no se detuvo hasta anudar la número cien. Solo restaban cinco minutos para la medianoche del miércoles. Con delicadeza, las capitanas ayudadas por la cien la acomodaron en el catre y rápidamente se ubicaron al tope de sus pilas.

 A la hora señalada llegó el hombre en busca de su encargo. Golpeó a la puerta. Nada. Sin embargo la luz estaba encendida y sonaba suave la música de la radio. Golpeó otra vez. No había señales de vida. Una sonrisa de satisfacción inundó su rostro. Aurora, la mejor tejedora del país no había cumplido. El había ganado. Entró sin cuidado a la casa. La vio durmiendo plácidamente y cuando se disponía a llevarse la bolsa con el hilado, cien serpientes de seda verde se ocuparon de él obligándolo a soltar la bolsa y el maletín del dinero sobre la mesa y en volandas se lo llevaron fuera de la casa. Cuando sonó la duodécima campanada todo había terminado.




Aurora despertó radiante a las nueve con una sonrisa que desdibujaba el cansancio y los temores de esa extraña semana. Recordó haber tenido una pesadilla horrible, pero fuera de ese detalle, nada. El sol ingresaba a pleno en la pequeña casa iluminándola y caldeando sus rincones.

Vació uno a uno los cacharros contenedores de agua de lluvia filtrada. Calentó café, cortó una rebanada de pan y un trozo de queso y se dispuso a desayunar. Cuando se sentó a la mesa vio un maletín y una bolsa sobre su mesa de trabajo. Abrió el maletín, contenía una cantidad de dinero que ella nunca había visto toda junta. Espió la bolsa: contenía hilado verde, de textura asedada, familiar a su tacto.

Su memoria despertó. Recordó todo, absolutamente todo. Se sonrió. Tomó su cuaderno de pedidos, apuntó su experiencia de cabo a rabo y lo guardó en su cofre de reliquias.

Allí lo encontré yo, hace unos años, cuando Aurora dejó este espacio por uno mejor. Lo transcribo para que no se pierda, por lo menos esta historia, ya que de Aurora hace tiempo que no sé nada.



Liliana Bianco

sábado, 30 de enero de 2016

LA CAJA VIOLETA: Primer destape

Por si andas cerca y querés venir....
05/02/16 - 18 hs. Casona Municipal de Villa Giardino, Valle de Punilla, Córdoba.
PRIMER DESTAPE DE "LA CAJA VIOLETA"
Te espero!

jueves, 7 de enero de 2016

el lado oscuro de la luna

He ignorado durante casi toda mi vida desaires, insultos, desvalorizaciones y otras hierbas venenosas de diversas potencias, proyectiles de distintos calibres y verdaderas armas atómicas y nucleares. Lo sigo haciendo. Eso no quiere decir que no me duelan… de hecho puedo clasificarlas.
Perdono, a veces con éxito, a veces no,  y desvío mi atención. Desactivo el concepto de intencionalidad por parte del otro aunque pueda ser así, intencional. En este caso ya no sería imbecilidad y que su vida se apiade de él. Deberá perdonarse a sí mismo.

Y si perdono no es exceso de benignidad, es egoísmo puro. Solo alivio a mi alma. A la imbecilidad solo se la puede perdonar. Nadie actúa como imbécil porque quiere: no sabe y no puede hacer otra cosa.

Deseo de corazón y pido al Universo, que algún día les devele, les abra los ojos, les quite las legañas y que haga lo mismo conmigo cuando me comporto como tal.


Después de todo, nadie está exento. 

Después de todo, el otro, es otra versión de uno mismo.