lunes, 5 de octubre de 2015

ENCUENTRO CON EL LIBRO Y LAS ARTES - Tres de Febrero - Antología 2015



El 28 de setiembre se realizó la presentación del Tomo I de la antología y el 5 de octubre el Tomo II. 
Se cuenta que próximamente tendremos el tomo III



Envié a la convocatoria un poema y un relato. Fue seleccionado este último que comparto con ustedes:


Un hombre diferente

Me gustan las prendan que se abotonan atrás, sí, con botones, botoncitos mejor, y presillas no ojales.

Me encanta la seducción que provocan los botones amarrados a sus presillas y que unas manos expertas, unos dedos diestros, los desamarren lentamente, con ternura.

Claro, es un tema abotonarlo si tenés que hacerlo sola como generalmente  cuadra. Los hombres solo quieren desabotonar.

Me gustaría tener una conversación inteligente alguna vez con un hombre sin que te mire desde arriba o entorne los ojos condescendientes cuando una dice lo que piensa. De problemas no. No se puede hablar de los problemas con los hombres. Les crea esa necesidad de salvadores, se sienten obligados a darte una solución que nunca condice con los que nosotras estamos buscando. Para esto, mejor las amigas que saben escuchar. Porque eso es lo que una quiere, que la escuchen. Cuando una cuenta sus problemas se va entretejiendo en la mente, finamente, con delicadeza, un sinfín de ideas. Cuando una cuenta es como ir despejando, aclarando el terreno y de pronto se produce el milagro. Después de todo, la solución está en una antes de que aparezca el problema. Solo necesitamos expandir nuestra mente y hacer uso de nuestra inteligencia en la administración de nuestros dones, conocimientos y experiencias. ¿Qué otra cosa es la inteligencia sino una buena administradora?




Gerardo parece diferente. Todos parecen diferentes al principio. Todos desplegamos lo mejor al inicio de una relación y ocultamos con gracia lo que no queremos mostrar. Pero esto no perdura. Este juego fascinante de la conquista se pierde con el paso de los meses, de los días diría yo. Mis estadísticas arriman los ciento ochenta. A partir de ahí, la decadencia. Se van develando los detalles, aparecen las hilachas por los bordes (las nuestras también). Con el pasar de los días, uno se confía, no cuida las palabras, los modos, ¡y que no se dé la oportunidad de que aparezca por algún rincón lo peor de nosotros!

Gerardo parece diferente. Escucha con atención lo que digo y está al pendiente de cada detalle; y yo, a lo vieja, pendiente también, dejo que hable y lo escucho a la espera de descubrir por qué extraña fisura de sus palabras mostrará alguna sombra desagradable.

Gerardo parece diferente. El abre la puerta del auto para que suba, arrima mi silla para que me siente, sostiene mi abrigo para que yo me envuelva. Cocina como un chef de alta gama (conoce el punto justo tanto de la pasta como del bife), sabe elegir el vino y bebe con discreción. Su conversación es agradable y siempre dice algo interesante que capta mi atención. Le gusta bailar y lo hace muy, pero muy bien.

Gerardo parece diferente. Es elegante, combina bien los colores; no agobia con llamadas telefónicas, ni whasapps, ni mensajitos de texto; nunca inquiere con desesperación cuando digo que no podemos vernos, ni es pegajoso como caramelo de dulce de leche, de esos que son imposibles de quitar de las muelas.

Gerardo parece diferente. No compite con mis amigos, ni se enrosca en discusiones aunque a veces parezcan imposibles de eludirse, ni se engancha en las provocaciones de mis hermanos. Sabe dar sorpresas de cine y puede sostener un amor de película por más de dos horas.

Gerardo parece diferente. Especialista en besos, es hábil en desalojar los botones de las presillas, en deslizar sus dedos por mi piel con suavidad, en acariciar mis zonas oscuras de placer, en detenerse en el momento preciso y saber cuándo lanzarnos al abismo.




Pero no se entusiasmen ni se mueran de envidia: apenas vamos por el quinto cumple-mes y, para ser honesta con ustedes, ya la arruinó. Nos quedaba un mes y lo tiró a la basura.

Miren que venirme a mí con anillo de compromiso sin haberme mostrado la hilacha. ¡No señor!




Vi la tristeza en sus ojos cuando se despidió de mí esa noche, en la puerta de mi casa, porque esa vez no quiso entrar. Nunca supe más de él. Nunca llamó. Nunca respondió a mis llamadas.

No entendió mi negativa esta vez. Tal vez no me expliqué bien. Tal vez mostré mi hilacha.

Y yo acá, con la duda:

Gerardo parecía un tipo diferente, parecía… y tal vez, lo fuera.


Liliana Bianco 



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