El 28 de setiembre se realizó la presentación del Tomo I de la antología y el 5 de octubre el Tomo II.
Se cuenta que próximamente tendremos el tomo III
Envié a la convocatoria un poema y un relato. Fue seleccionado este último que comparto con ustedes:
Un hombre diferente
Me
gustan las prendan que se abotonan atrás, sí, con botones, botoncitos mejor, y
presillas no ojales.
Me
encanta la seducción que provocan los botones amarrados a sus presillas y que
unas manos expertas, unos dedos diestros, los desamarren lentamente, con
ternura.
Claro,
es un tema abotonarlo si tenés que hacerlo sola como generalmente cuadra. Los hombres solo quieren desabotonar.
Me
gustaría tener una conversación inteligente alguna vez con un hombre sin que te
mire desde arriba o entorne los ojos condescendientes cuando una dice lo que
piensa. De problemas no. No se puede hablar de los problemas con los hombres.
Les crea esa necesidad de salvadores, se sienten obligados a darte una solución
que nunca condice con los que nosotras estamos buscando. Para esto, mejor las
amigas que saben escuchar. Porque eso es lo que una quiere, que la escuchen.
Cuando una cuenta sus problemas se va entretejiendo en la mente, finamente, con
delicadeza, un sinfín de ideas. Cuando una cuenta es como ir despejando,
aclarando el terreno y de pronto se produce el milagro. Después de todo, la
solución está en una antes de que aparezca el problema. Solo necesitamos
expandir nuestra mente y hacer uso de nuestra inteligencia en la administración
de nuestros dones, conocimientos y experiencias. ¿Qué otra cosa es la
inteligencia sino una buena administradora?
Gerardo
parece diferente. Todos parecen diferentes al principio. Todos desplegamos lo
mejor al inicio de una relación y ocultamos con gracia lo que no queremos
mostrar. Pero esto no perdura. Este juego fascinante de la conquista se pierde
con el paso de los meses, de los días diría yo. Mis estadísticas arriman los
ciento ochenta. A partir de ahí, la decadencia. Se van develando los detalles,
aparecen las hilachas por los bordes (las nuestras también). Con el pasar de
los días, uno se confía, no cuida las palabras, los modos, ¡y que no se dé la
oportunidad de que aparezca por algún rincón lo peor de nosotros!
Gerardo
parece diferente. Escucha con atención lo que digo y está al pendiente de cada
detalle; y yo, a lo vieja, pendiente también, dejo que hable y lo escucho a la
espera de descubrir por qué extraña fisura de sus palabras mostrará alguna
sombra desagradable.
Gerardo
parece diferente. El abre la puerta del auto para que suba, arrima mi silla
para que me siente, sostiene mi abrigo para que yo me envuelva. Cocina como un
chef de alta gama (conoce el punto justo tanto de la pasta como del bife), sabe
elegir el vino y bebe con discreción. Su conversación es agradable y siempre
dice algo interesante que capta mi atención. Le gusta bailar y lo hace muy,
pero muy bien.
Gerardo
parece diferente. Es elegante, combina bien los colores; no agobia con llamadas
telefónicas, ni whasapps, ni mensajitos de texto; nunca inquiere con
desesperación cuando digo que no podemos vernos, ni es pegajoso como caramelo
de dulce de leche, de esos que son imposibles de quitar de las muelas.
Gerardo
parece diferente. No compite con mis amigos, ni se enrosca en discusiones
aunque a veces parezcan imposibles de eludirse, ni se engancha en las
provocaciones de mis hermanos. Sabe dar sorpresas de cine y puede sostener un
amor de película por más de dos horas.
Gerardo
parece diferente. Especialista en besos, es hábil en desalojar los botones de
las presillas, en deslizar sus dedos por mi piel con suavidad, en acariciar mis
zonas oscuras de placer, en detenerse en el momento preciso y saber cuándo
lanzarnos al abismo.
Pero
no se entusiasmen ni se mueran de envidia: apenas vamos por el quinto cumple-mes
y, para ser honesta con ustedes, ya la arruinó. Nos quedaba un mes y lo tiró a
la basura.
Miren
que venirme a mí con anillo de compromiso sin haberme mostrado la hilacha. ¡No
señor!
Vi
la tristeza en sus ojos cuando se despidió de mí esa noche, en la puerta de mi
casa, porque esa vez no quiso entrar. Nunca supe más de él. Nunca llamó. Nunca
respondió a mis llamadas.
No
entendió mi negativa esta vez. Tal vez no me expliqué bien. Tal vez mostré mi
hilacha.
Y yo
acá, con la duda:
Gerardo
parecía un tipo diferente, parecía… y tal vez, lo fuera.
Liliana Bianco