domingo, 5 de abril de 2015

Acto de premiación del XII Concurso Internacional Hespérides de Cuento y Poesía

Estimadas/os colegas:


   Ediciones Hespérides entregará los premios de su XII Concurso Internacional Hespérides de Cuento y Poesía, correspondientes a la edición 2014, en el Museo de Arte Contemporáneo Beato Angélico, sito en 16 esquina 47, de La Plata.
  Será el miércoles 29 de abril a las 19 hs.
  Se entregarán ejemplares de su obra publicada a los ganadores de ambas categorías, y diplomas a todos los finalistas. Entrada libre y gratuita. Las/os esperamos.

Hespérides



Mi participación:

 LA CAJA VIOLETA
Ayer me trajeron esta caja. Dicen que yo la pedí. Pedí que la buscasen y me la trajeran. Dicen que di las señas exactas de dónde encontrarla. Eso dicen “ellos”, que se empeñan en llamarme Mamá tal vez porque tengo más canas que ellos y me les parezco en algo. La verdad es, porque no saben mi nombre. En mi época, el tía alcanzaba como muestra de amor y de respeto. Allá ellos.
Es una caja violeta atada con una cinta de raso lila. Yo la hubiese hecho mejor, creo. Cuando la abrí, todo se llenó del aroma de las violetas. En esta época no hay violetas. Está llena de cartas escritas en tinta negra. El papel ya está amarillento, parece que fueran del siglo pasado.
Aproveché el sol de la tarde, el silencio campesino y las leí todas.
….

A BB donde quiera que su esencia se esconda
Estés donde estés, sé que vas a escuchar el latido de cada palabra escrita en tu nombre. Fue lo que pediste, fue tu deseo y, como el genio de la botella, aquí estoy para cumplirlo.
Hay sueños que parecen reales y realidades semejantes a sueños o pesadillas. ¿Dónde estamos nosotros? ¡Es tan delgada la línea separadora!
Resulta invisible a nuestro corazón. Imperceptible a nuestra mente.
Aquí está tu encargo. Nunca pude entregártelas, nunca pude enviarlas.
Tal vez tu levedad de ángel caído te obligó a volver al cielo al que perteneces antes de tiempo.  
Pero tu paso no fue inadvertido, no para mí.

Las envío al Universo, a su Caja de Pandora. Sin destino preciso, sin remitente.
Él sabrá en que rincón ubicarlas para que quien deba leerlas las encuentre.

Prima
20 de noviembre de 1985
Hace dos días se cumplió un mes de la primera vez que estuvimos juntos. Fue maravilloso. (Las siguientes fueron mucho mejores). Y no sé cómo explicarlo, la separación de casi un mes ha tenido –tiene- algo mágico. Y digo que no sé cómo explicarlo, porque las separaciones siempre implican cierto tipo de dolor, de sufrimiento. En cambio, esta vez por primera vez en mi vida, vivencio en todo el sentido de la palabra el placer de la espera. No la nostalgia de la separación. Y es mágica, mi querido, como todo lo que hay o parece haber entre nosotros.
Puedo cerrar los ojos y ver el río y tu silueta y el humo de tu cigarrillo dibujando su nefasto arte por el aire. Puedo sentir la calidez de tu palabra acariciándome, la sensibilidad de tus dedos al recorrerme centímetro a centímetro, el desborde de tus labios sobre toda mi piel. Muy pocas son las noches en que no hemos estado juntos de alguna manera, en que hemos hecho el amor de alguna forma. No me lo has dicho cuando hablamos pero sé que es así.
Sé que se puede amar con los ojos, con la voz; sé que podemos hacer el amor por teléfono si nos cabe. Pareciéramos estar preparados para amarnos en cualquier instancia, posible o imposible: a la distancia o muy cerca el uno del otro.
Sé, aunque no pueda explicarlo con exactitud (nunca pueden explicarse con exactitud las sensaciones) de tu presencia a mi lado al acostarme en la noche, tu presencia al despertar, tu abrazo protector cuando siento mi soledad acogedora como este dulce secreto.
He hablado de ti con algunas personas, ¿por qué ocultar algo tan bello? Después de todo, mis cuentas las pago yo. No tengo de qué avergonzarme.
Me siento muy agradecida a la vida por lo que día a día me proporciona y me hace feliz. A fin y al cabo, el hombre fue creado para ser feliz.
Tu voz al teléfono me mima y en mi cuerpo explotan los sentidos. Se abren como flores en la primavera miles de sensaciones que, aunque pudiera describirlas no lo haría, (quizá algún día te las cuente al oído).
Mágica la virtud de tenerse y no poseerse. Mágica la virtud de respetarnos y tenernos en cuenta, mágica la transparencia de una unión que ni nos ata el uno al otro, ni nos libra al azar. Mágica porque no es en vano la magia.
La noche es preciosa. Puedo mirar el cielo oscuro y estrellado a través de las paredes y ventanas, sentir el viento despeinando mi cabello y, detrás de todo, tus ojos aguardando ser vistos y encontrados. Puedo atravesar las barreras de los sólidos y abstraerme de todos los ruidos de esta ruidosa ciudad que nunca calla, escuchar tu voz claramente decir: Señora, nos vemos pronto. No será ni mañana ni la semana que viene como quisiera. Pero será muy pronto… y tener dentro de mí, aquí dentro, la certeza de estas palabras como si estuvieras aquí, a mi lado, y me las susurraras al oído.
No sueño contigo por las noches. Solo extiendo mi mano y logro tocarte, aquí nomás, a mi lado, y descanso tranquila sabiéndote dormido y alerta a mis requerimientos.
Te amo con la mente y con el cuerpo, con el alma y con la sangre. Te amo de esta extraña manera en que estoy aprendiendo a amarte. Sin melodramas, sabiendo que todo está bien, que todo ocupa el sitio que le corresponde. Entonces, sigo ocupándome de lo mío, quizá con más ganas; y tú sigues con lo tuyo hasta que volvamos a encontrarnos, dentro de cada uno de nosotros, nosotros y la magia.

Seconda 
12 de diciembre de 1986
Hoy cuando desperté, a las cinco como todos los días, sentí desde algún lugar profundo, que me llamarías.
Ya no pude volver a dormirme como otras veces y esperé despierta hasta que llegó la hora de levantarme. Di vueltas una y otra vez abrazada a ti pero no lograba dormirme en la ilusión de tus brazos.
Hoy vas a llamarme, pensé, y me levanté a preparar mi desayuno y a esperar que sonara el timbre del teléfono.
A veces me pregunto cómo puedo cumplir con un ritual así sin desesperarme, y lo único lógico que encuentro es la certeza que siento de lo que espero.
Te espero. Sé que vas a venir. La desesperación no tiene cabida. Solo el deseo y la magia que anidan entre nosotros y no quieren irse. Me encanta que así sea porque estoy segura de que lo merecemos.
Vaya uno a saber en qué recóndito lugar de nuestro interior creció y se agigantó este deseo profundo de tenernos, de encontrarnos. Porque debimos haber estado buscándonos fervientemente para encontrarnos tan de repente, sin esperarlo, con toda esta luz y esta paz excitante que nos rodea.
Sabía que llamarías y sonó una vez el teléfono y cuando atendí se cortó. Suspiré y al momento sonó otra vez y tu voz, tu dulce voz embriagó mis sentidos. Los puso en guardia para disfrutar el placer de escucharte. Ellos despiertan como flores esperando la caricia seductora del insecto que las besa y las fecunda. En ese momento se produce el click y todo parece más brillante, más diáfano. Los  problemas no desaparecen pero empequeñecen de forma increíble y todo cambia maravillosamente. Y yo dejo que me mimes, que me acaricies con tu voz, que me cuentes. Dejo que todo desaparezca y se funda en esta fiesta privada, tuya y mía que la vida ha tenido en cuenta regalarnos y no me permito dejar de gozar de cada una de las sensaciones que experimento.
Las novedades que me contaste me produjeron una explosión de alegría que a duras penas pude dominar para no gritar mi felicidad.
Sé que falta, falta tiempo, faltan cosas aunque sé también que ya no falta tanto, que los caminos se acortan poco a poco. Espero la dulce espera de esconderme entre tus brazos y olvidarme del mundo… En tanto, estoy en el mundo, en apariencia lejos, en verdad al alcance de nuestras manos, deleitándome en la placidez de nuestro próximo encuentro.

Terza
16 de enero de 1987
Se acortan las distancias. Comenzó la cuenta regresiva. Y ahora, cuando puedo tocarte con las yemas de mis dedos, literalmente hablando, cuando falta tan poco, casi nada, sufro la ansiedad que no experimenté en la espera.
Me hubiese gustado que fuera antes, tan solo un poco antes, porque todo sería más fácil para mí aun cuando seguramente no lo sería, ¿recuerdas al zorro?
Pero ya hace bastante que aprendí que nada de lo que verdaderamente quiero es fácil. Quizá por eso mis sentimientos son más intensos.
Estoy feliz y temerosa al mismo tiempo. Comprendí de golpe que a pesar de creer que te conocía desde siempre, no te conozco en esta realidad.
O tal vez se mezcle en mí lo que quiero, lo que deseo con algo que “puede que sea así”, o que puede que esté alejado de serlo.
Quiero decirte tantas cosas y proponerte otras. No sé si te agradarán o te producirán disgusto. Avanzo de repente y luego recapacito y pienso en lo que pensarás de mi avance.
Sé que quiero estar cerca de ti físicamente, como una necesidad urgente, aunque más no sea en una reunión y en silencio. Lo cierto es que no sé si tú quieres lo mismo.
Te conozco desde siempre, pero desde lejos en tantos aspectos; y en otros, casi nada.
Voy a llamarte mañana. Voy a preguntarte si quieres que te encuentre antes, donde sea que estés. Voy a tratar de explicarte lo mejor que puedo que no quiero invadirte ni molestarte, ni nada que se le parezca. Solo voy a hacerlo si tú quieres. Así, simplemente, porque lo siento de esta manera y tienes que saberlo aunque luego todo sea diferente y nos entendamos en otros términos. Pero no puedo guardar silencio sobre lo que deseo profundamente. A veces, callar es pecado.
He hecho averiguaciones, he hecho reservas, solo falta hablarlo contigo y, si estás de acuerdo, disponer las cosas de la manera que decidamos.
He estado todo el día pensando en cómo decirte lo que quiero. Sé que mañana saldrá todo de mi boca así sin rodeos, de frente, como debe ser lo que es sincero.

Cuarta
Febrero de 1987
(La hemos escrito juntos) (Sobran las palabras)

Quinta   
27 de marzo de 1988
Quisiera hoy estar sentada en la galería de la estancia de María, leyendo frente a ti, espiándote sobre los lentes, como sueles hacerlo tú cuando quieres verme, y disfrutar el espectáculo. Solo necesito cerrar los ojos, ver la escena y sentirme partícipe, vibrando mi cuerpo al roce de tu mirada. Este instante azaroso y duro por el que atravieso se convierte en una imagen de luz que me permite sonreír, que cambia el rumbo de mis malos pensamientos.
Te espero, ni mucho ni poco. Tan solo espero. Es bueno tener algo que esperar. Es bueno esperar a alguien. Es más que bueno esperarte a ti.
Es el sueño dorado, el recuerdo dulce, la palabra suave. Lo sublime de estar juntos y alcanzar lo sublime. Sí, sublime. Eso que va más allá del placer y el éxtasis.

Sesta
3 de marzo de 1989
Mi querido, hoy quiero hablarte de mi tristeza. Tristeza que forma parte inevitable de mí. Primero vagamente hasta que se instala, mueve mis estructuras acostumbradas y, de a poco, sin darme cuenta, se disipa hasta desaparecer.
Nunca he querido hablarte de ella. Se me ocurre que podrías mal interpretarme creyendo que eres tú quien la provoca. Ahora pienso que cuando quiero hablar contigo de mí, no puedo dejar de mencionarla: la tristeza también forma parte de mí, a veces. Siento que no solo es sano sentirla, sino que también lo es el mencionártela. Me es imposible ocultarla cuando se presenta y no me gustaría que si en algún momento la notas, te sientas culpable. No es así.
Todo comienza con un estado de cansancio causado por alguna disconformidad.
A veces una pretende más de lo que puede y ¡PAF! quiebra el equilibrio. A veces me creo más capaz de lo que soy y entonces me percato de que no alcanzo el objetivo a tiempo. A veces me creo más fuerte de lo que soy y ¡CRASH! noto de pronto que no lo soy tanto, que cede mi fortaleza ante el impacto. Entonces aparece en algún rincón del alma el desencanto y brota la tristeza de mi corazón. Yo soy la responsable, la única razón de ella. Sé que, aun sin quererlo, puedo lastimar, puedo parecer enojada y cruel. Yo  soy mi único y mayor problema. No hay, en verdad, culpables.
Quizá este haya sido el tema de hoy: el qué estoy triste. Y es la tristeza la que me ayuda a recapacitar y es así que cambian los escenarios y los valores. Se reconsideran los objetivos y los puntos de vista. Se produce el crecimiento interior. A veces duele crecer. Uno está solo en este trance, está desnudo. Uno también nace solo y desnudo. Así también muere. Las cosas esenciales se viven eternamente a solas y al desnudo.
Pero la tristeza no es un estado imperante en mí. Tú  apenas lo sabes o quizás lo presientes. Mi vida es un banquete al que me siento día a día para servirme lo mejor o lo que creo necesitar en ese momento, aunque a veces me equivoco. Cuando esto sucede trato de no ser tan exigente conmigo. También es sano equivocarse y, para ser sincera, me he equivocado muchas veces.
Son el error y la tristeza los que me han ayudado a valorar la fiesta de mi vida, a seleccionar los manjares de mi banquete.
Entonces descubro que a pesar de la tristeza y el desencanto, mi mirada perdida en mi interior alcanza a ver mi felicidad y me siento agradecida.

Settima
4 de abril de 1990
Los refusilos se repiten en el horizonte. El viento se empecina en mover las nubes hacia el sur, se entromete en mi balcón y a veces pone mi piel como la de las gallinas.
Buena música, poca luz y tu presencia instalada aquí, conmigo. Estarás dormido ahora, seguramente… Seguramente estas aquí, conmigo.
Solo el amor convierte en milagro el barro, canta la canción Solo el amor alumbra lo que perdura… solo el amor engendra la maravilla, solo el amor consigue encender lo muerto…
Hoy hablamos y nuestra conversación pareció cercenarse abruptamente cuando afirmé que sentía tu falta. No puedo negarlo. No puedo mentirte. Quebraría mi palabra, me quebraría y no me recuperaría entonces.
No quiero que te sientas culpable. De hecho no lo eres, yo elijo vivir de esta forma. No creo estar desperdiciando nada en absoluto; por el contrario, me siento mucho mejor. Y si descubriera algún día, en algún lugar, que no es esto lo mejor para mí, prometería revertirlo inmediatamente. Por ahora todo está bien así. Por otra parte, lo que hagas al respecto también va a estar bien, no importa lo que sea.
Te conocí como eres y así es como me gustas. Planteamos códigos que ambos aceptamos por unanimidad y solo por el mismo procedimiento serán cambiados. Esta es nuestra democracia, mi querido, adorablemente mágica… Te quiero, te siento, percibo tu piel descansado a mi lado.
Solo el amor engendra la maravilla…

Ottava        
19 de abril de 1992
¡¿Dudas?! ¡Qué son ellas! ¿Alguien sabe qué son?
Hay quienes podrían dar una clase magistral y hay quienes hasta dudarían de darla. Yo sé que no son mi especialidad.
Pero alguna que otra vez, después de no dudar en hacer algo, me atizó la duda de si hice o no lo que debía.
¡¿Deber?! ¡Qué es eso! ¿Alguien sabe lo que es eso? Hay quienes deben tantas cosas y hay quienes no deberían deber nada. Tantas veces hice lo que debía sin saber siquiera si sentía algo al hacerlo.
¡¿Sentir?! ¿Qué es eso! ¿Alguien sabe lo que es eso? Hay quienes sienten y no les alcanza. Hay quienes sienten que sienten y con eso les basta. Yo hago siempre lo que siento, aunque después me asalten las dudas y no sepa qué es realmente lo que debo hacer.

Nona
25 de abril de 1994
Aunque insista en vestirme de primavera, el otoño se ha ensañado y definitivamente se instaló en Buenos Aires.
Cuando vi la neblina en el campo de golf desde mi ventana, disimulé saber de qué se trataba. Me divertí pensando qué era esa niebla, la que yo adoro, que anuncia un día de sol radiante y que emerge con todo su brillo desde el horizonte.
Sin duda, el sol subió lentamente, detrás de una espesa cortina de nubes sin lluvia todavía, pero ha convertido mi atuendo en inadecuado para esta jornada. Ya sea por sus colores alegres, ya por sus telas livianas, resulta atrevido y desafiante.
Lo cierto es que el sol hoy brilla dentro de mí y he sentido la necesidad de exteriorizarlo. Aunque se destemple mi cuerpo, mi alma arde. Esto es lo que importa.
Contradigo la regla que dice que en la primavera todo parece tener más vida. Contradigo y apuesto a que no es cierto. Sentir frío también es estar vivo, más vivo que nunca.
¿Serás tú que estás transmitiéndome el renacer de las flores de tu tierra, el crecer de la hierba, el derretir de la nieve?
Tu mágica presencia puede más que eso. Nadie mejor que yo para saberlo. Tu mágica presencia, tu cálida compañía. La efervescencia de nuestro encuentro como un descomunal destape de champaña cuyas burbujas se elevan al cielo.
Me pides que lo intente, que trate, que describa con exactitud lo que experimento cuando estoy contigo. Creo aún que no me es posible del todo; mi verborragia no alcanza. Aunque rica en abundancia, siempre le falta fidelidad.
Tal vez todo pueda reemplazarse con la percepción de quien lo lea. Quizá pueda, a pesar de la incapacidad que siento, lograr cierta comprensión.
En cada instante en que me libero, trato, lo intento… pero es tan breve mi libertad, tan limitada por momentos por las responsabilidades que me sobrepasan, que me superan ampliamente, que me hacen creer que no alcanzo nunca el objetivo.
Cierro los ojos y estrellitas de colores plagan el horizonte de mi cielo oscuro. A veces se distraen porque siluetas de autos que pasan a toda velocidad por la pista y se reducen en la recta final ¿La recta final o la partida?
Todo fin es un principio. Todo principio implica, tácita o explícitamente, un fin.
Sigo con los ojos cerrados y los autos desaparecen raudamente convirtiéndose en siluetas de hombres y mujeres que se repiten en la infinitud de un laberinto de espejos. Cuerpos que hacen el amor lentamente, a compás, todos juntos, como en una sinfonía donde ni una nota está de más, donde no falta un solo tiempo ni sobra un silencio. Las claves son distintas, pero la melodía es la misma.
Todo llega a un grado tal de saturación que debería forzosamente abrir los ojos, pero no quiero. Y lo que no quiero supera lo que debo. Sé que voy a estallar de un momento a otro, lo sé, pero lo detengo como si tuviera una varita mágica, la batuta mágica del director de nuestra orquesta.
Todo vuelve a comenzar, interminable, una y otra vez, en sucesivas explosiones descomunales de placer. Mi cuerpo y mi mente parecen no resistir, pero para mi asombro, no solo resisten sino que esperan la próxima y luego otra, y otra y otra y los ojos no quieren abrirse.
Se disipa el temor de no poder soportar tanto placer Curiosamente, el efecto es contrario. Los ojos no se abren. Los cuerpos vibran al unísono. La habitación se ilumina con su brillo como si un cometa atravesara su espacio con una luz antinatural, aunque la más natural de todas… como una inmensa hoguera…
Una multitud, afuera se ha detenido ante la casa para ver qué sucede. La casa arde pero no se quema; la casa brilla como el sol, pero no derrite nada ni se derrite… El fenómeno continúa y cada vez se agolpan más y más personas. Se pisan, se empujan, temen estar muy cerca pero no quieren alejarse, quieren ver pero la luz es tan intensa, tan blanca, tan persistente que solo logran quedar ciegos… Nada ven, nada descubren… Nunca sabrán lo que pasa aquí dentro… aquí dentro… cuando tú y yo somos uno.

Decima
4 de mayo de 1996
Luna llena en Neuquén. ¡Tan hermosa! Luna llena en todo el mundo pero no en todo el mundo estampada sobre un cielo tan bello. Bello porque lo miran mis ojos y ven los tuyos más allá del horizonte.
Recuerdo haber hecho el amor contigo la otra noche. Pensarás que estoy loca. Yo también lo pensé cuando abrí mis ojos y estaba sola en esa cama húmeda, satisfecha y sabiéndome amada por ti.
Sí, ya sé. No puedo explicarlo lógicamente. Tu cuerpo no estaba y la lógica dice que no me has tocado en toda la noche (¿No?) También sé que llegué al máximo de lo temible sin siquiera haberme tocado yo. Breve, intranscriptible, indescifrable. En el techo de mis ojos tu imagen sonreía feliz. Tu presencia mágica hizo de mí lo que ni yo misma hubiese podido.
Me pregunto dónde estabas, tan cerca, tan sensible a mi deseo. O mi deseo habrá sido tanto… Como saberlo si yo que estaba allí no puedo explicarlo.
Y tú ¿dónde estabas? ¿Aquí? Eso es lo que yo he sentido. Me gustaría poder tomar el teléfono, llamarte, escuchar de tus labios decir que sentiste lo mismo… O no…
Te veo tan radiante, tan feliz, que debo creer que has estado conmigo y con ninguna otra. O si estuviste con otra has sido pensando en mí. Y si la verdad es otra, no me importa. Mis celos perdieron su poder una vez que descubrí y acepté mi valía, mi carácter de pieza única, prescindible tal vez, pero irreemplazable.
Estoy frente al lago Lacar. Un velero intenta inflar sus velas pero el viento es leve. El sol me obliga a quitarme el buzo y junto al escalofrío del contraste se suma el placer de estar contigo.
Hablo de la otra noche y me excito. Estoy excitada como si estuvieras aquí y sintiera tu piel rozar la mía al compás del deseo, al compás de un placer cuyo fin está determinado por el cansancio de nuestros cuerpos que no se cansan.
Me preguntaste si sentía tu falta. La otra noche no. Hoy, aquí, debo decir que sí, que me gustaría que tu presencia, aquí y ahora, fuera un poco más palpable.
A veces el fuego incendia mi bosque y no tengo recursos para apagarlo, para acabar con él, para detenerlo, y esta impotencia me hace arder con más intensidad.
Shsssss.       Me parece escucharte.      Silencio.        Calla.                         No sabría realmente qué hacer con otro que no fueras tú, más que mostrarle su posible huida…

Undicesima
5 de mayo de 1996
La llamada fue breve y no fue tuya. Su español chapurreado lo entendí claramente pero insistí en que hablara en su idioma para entender mejor, para que mi corazón, mi alma y mi cuerpo comprendieran con claridad lo que mi mente ya había entendido sin aceptarlo. Agradecí y colgué el auricular. Salí a caminar y llegué a la orilla del lago.  Allí estuve hasta que comenzó a clarear. Tal vez te viera. Tal vez tuviera el valor de irme contigo. La cobardía me llevó a sumergirme y el lago, ecuánime, me escupió como veneno.
Sumida en un casi letargo, desentonaba la alfombra en mi ir y venir sonámbulos. Pedí al conserje que hiciera subir Il corriere hoy, mañana, pasado, y hasta cuando fuere necesario para confirmar la veracidad de la llamada telefónica.
No hicieron falta muchos. Solo dos.
La espera llegó a su fin. Pronto. Muy pronto. Hubo un vacío impreciso por un tiempo.
Mi cobardía se hizo silencio y en silencio apuntale mi valentía. La valentía de seguir a pesar de mí, a pesar de ti, a pesar del sinsentido de la ausente presencia de tu ausencia.

Valor es haber llegado hasta aquí.
Sin ti.
 Pero contigo.
La muchacha anda preocupada porque vino con el mate y se lo desprecié; me ofreció algo de comer y le dije que no tenía hambre; me trajo una manta porque dice que hace frío y se empecinó en que me cubriera. Me siguió a hurtadillas haciendo la finta de buscar algo que nunca encontró, pero yo sé que me andaba vigilando a ver lo que hacía.  Yo sí encontré lo que buscaba: mi Parker plateada con detalles dorados. Me dio trabajo hacerla escribir pero no me iba a ganar. Esto tengo que escribirlo hoy, ahora y con esta lapicera.
Sé que me está espiando. Tiene órdenes precisas de “ellos”. No me importa. Que hagan lo que quieran con tal de que no me saquen de aquí, con tal de que no me entierren en un asilo.
19 de noviembre de 2011
Puedo olvidarme de todo.
El color de tus ojos; tu lengua inquisidora; tu porte aristocrático; tu atributo inigualable; tu sabiduría masculina tan lejana de mí como para atraerme apasionadamente, como para espantarme hasta el desastre de hacerme trastabillar y no hacer pie en el tembladeral de mi estructura.
Puedo ensordecer tus pensamientos escrutadores, tu voz susurrando a mi oído ese Tana, no te mueras nunca o aquel intento de disculpa de algún defecto tienes que tener, no se puede ser tan perfecta.
Puedo cristalizar en el mapa de mi memoria el tango ensayado en una playa de Cape Code; las almejas a la parmesana y el pisco sour en las playas de Cachagua; el café llovido de una pava gigantesca en la costanera pobre de Valparaíso; el merengue dorado del desierto de Atacama;  las noches estrelladas, serenas, en la fría inmensidad del Plata, donde el río es más mar que río y nosotros, un par de insectos enmarañados en la calidez de un gigantesco y colorido spy, perdiendo la cuenta de nuestras proezas de amor.
Puedo no recordar el cobre de las minas de Calama, el polvillo penetrando en nuestra piel verdosa de tantos siglos; el oasis de Pica; el lago Chungará con sus gaviotas y flamencos, allá, bien arriba, lejos del olor a harina de pescado del puerto de Arica.
Puedo descartar de nuestra historia la Piazza Spagna, la del Poppolo y la Villa Borghese; la Roma en ruinas y la arruinada; el muslo potente de mármol del soldado caído que te provocara celos; la Piedad, que no tuvo piedad para nosotros.
Puedo olvidarme de todo, pero nunca podré olvidarme de vos.
Lo que vivimos en esta vida, lo que nos fue dado compartir, arrastrado tal vez de otras vidas que ya sucumbieron;  lo que te llevaste,  lo que me llevaré cuando sea el momento, se desdibuja en la memoria sin tiempos ocultándose de la curiosidad de nuestras miradas.
Solo el resabio de haber besado alguna vez esos mismos labios, (pero ¿cuándo, si te acabo de conocer?). Solo la sensación de esa caricia tan parecida, tan igual, idéntica. Solo recibir tu vino en mi copa y descubrir que no estaba vacía, que ya lo contenía de antes...
 Dicen que te fuiste, que me dejaste aquí enhebrando sueños y pesadillas…
¡¿Qué saben ellos?! ¡Hace tantos milenios que marchamos juntos! Con altibajos, es verdad. A veces a destiempo, a veces separados, otras tan pero tan juntos que no nos distinguimos. Como ahora, que dicen que te fuiste, que me dejaste, y yo te siento tan incorporado a mí que no me aguanto...
Creen que estoy loca. A mí no me  importa. ¿A ellos? A ellos parece que sí, que mucho. Todo lo diferente hay que indiferenciarlo como sea: con la tinta, por la sangre, en una celda, debajo de la tierra... Por eso me tienen aquí. Esto tampoco me importa. Me da lo mismo. Los equivocados son ellos, lo saben y se desviven por ocultarlo.
¿¡Si decidiera tan solo callar!?
 Me muerdo la lengua, amordazo mis cuerdas, hago del silencio nuestro más grande aliado. Repetí, repetí conmigo, repita tu mente y la mía aquellos versos: “No digas nada, no preguntes nada, cuando quieras hablar quedate mudo, que un silencio sin fin sea tu escudo y al mismo tiempo tu perfecta espada.”
Ya olvidé el timbre de mi voz. Vos no necesitas tus oídos para escucharme y yo no necesito mi boca para hablarte. Las palabras sí, a ellas las necesitamos. Ellas corren como reguero de pólvora de tu mente a la mía, de la mía a la tuya, en un discurso imperceptible para  ellos que todavía no aprendieron.
Está mejor así. Tenías razón. Lo que ellos piensen ni nos va ni nos viene.

Liliana Bianco