martes, 26 de agosto de 2014

Certamen Literario Desafiando Silencios V (Bragado, Buenos Aires)

From: amigos de las letras bragado <amigosdelasletras-brag@hotmail.com.ar>
Date: Mon, 25 Aug 2014 12:31:18 -0300
Subject: Certamen Literario Desafiando Silencios V
Amigos de las Letras tiene el agrado de comunicarle que usted ha recibido una Mención Especial en nuestro Certamen Literario Desafiando Silencios V.
El acto de entrega de premios se realizará el dia sabado 13 de septiembre a las 18 hs. en la sede de la Sociedad Italiana Dante Alighieri de la ciudad de Bragado, ubicada en la calle Belgrano 1364.
Esperamos contar con su presencia.
Saluda atte.
Amigos de las Letras.


Participe con lo que sigue:


Poesía:

BOLTASNKI
(Visión subjetiva de su instalación en la Untref, 2012)

Latir de espejos.
El pasar del tiempo a pulsos.
Un latir constante
al ritmo de los alambres
que  encandecen y se agotan
al compás de los suspiros.
Bendicen  con imágenes
los caminos insondables
de nuestro interno.
Nos provocan. Acontecen.
Maroma infinita de desbordes
que chuzan, se arrastran,
desenvuelven
paquetes  con moños patéticos
ante quienes el placer se rinde,
vanidoso de su existencia.
Esta existencia de carnes y huesos,
de polvos y estiércol,
de calles sin salida y sin cartel,
de sueños colgados al sol hasta disecarse.
Y solo veo sombras, tal vez mi sombra,
de lo que fue tal vez una vez, o muchas…
O todas las sombras resumidas en una sola.
Porque la claridad está a nuestra espalda
y vemos solo eso,
sombras de una realidad esquiva,
fulgente, que nos muele en el giro frenético
y constante de una licuadora.

Pulso. Nuestro pulso,
que se sumerge en la oscuridad de los espejos,
 de donde emergen nuestros sueños derrotados.
 LB

Narrativa:
Brevis
Mariel no podía salir de su sorpresa, sorpresa nefasta y dolorosa. Dejó hablando solo a su interlocutor en el teléfono cuando lo despachó contra la pared haciéndolo trizas. El viernes había estado con ella. Estaba radiante, feliz, a pesar de que ninguno de sus dos hijos estuvo presente en su cena de cumpleaños. Ni le molestaron las excusas ingenuas que le presentaron. ¿Para qué quiero hijos cuando puedo compartir mi fiesta con una amiga como vos? Le dijo sonriente cuando Mariel preguntó por ellos. Nadie arruinará la cena hoy, querida. Nadie… la preparé yo misma, espero que te guste…

Mariel recordaba cada detalle de esa noche,            se le mezclaban con otros de sus anteriores encuentros. Laura tenía el don de hacerla sentir importante, el centro del universo. La admiraba por su sencillez sin afectación; su conversación llana, sin  vueltas, directa al punto.
Se conocieron hacía un año, más o menos. Laura cubrió una suplencia en la cátedra de Semiología. Al principio sus atenciones hacia ella le inspiraron cierta desconfianza. Mariel no podía entender por qué esa señora distinguida la colmaba de atenciones, gestos de cariño, miradas llenas de ternura que la envolvían en un manto de tibieza y seguridad. La vida no había sido pródiga en estas cosas con Mariel, muy por el contrario. Todo su pasado le murmuraba incesantemente que las intenciones de esta “dama” no eran para nada desinteresadas ni aceptables.  Jamás le había dicho nada; tampoco le había insinuado un interés en particular. Pero, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía…yo con más razón, que de santa no tengo un pelo… pensaba Mariel.
Esa desconfianza la obligó a mentir cuando le ofertó un puesto en la editorial desechando una oportunidad increíble; a rechazar de plano la invitación a mudarse a vivir con ella; a asumir una actitud defensiva; a evitarla; a no responder sus llamadas; a ausentarse de sus clases más de lo conveniente, incluso sopesó dejar esa asignatura por ese año.
Laura lo advirtió. Replegó su entusiasmo. Dejó de lado las indirectas y en la primera ocasión que se le presentó puso las cartas sobre la mesa. No todas, no tuvo el valor: Mariel la miraba a los ojos, ingresaba por ellos a fin de asegurarse la veracidad de las palabras. No dijo todo, pero sí lo suficiente para conquistar la confianza de la muchacha.
La ausencia de los hijos en su reunión de cumpleaños no solo no le molestó. Por el contrario, si ellos no se hubieran excusado, ella los hubiera eximido del compromiso. Cocinó especialmente para Mariel su comida preferida y algunas otras exquisiteces que su corazón indicó que serían de su agrado, vino fresco y espumante y torta de chocolate para rematar.
Feliz era la palabra correcta, Mariel no se equivocaba. Aprovecharía esa intimidad que la comida y las burbujas propiciarían para decirle de una vez por todas lo que omitió en aquella primera intención de sincerarse con ella.
Todo iba de perlas. La conversación fluía envalentonada por el alcohol. Se contaron cosas que a nadie habían contado, sentidas, profundas. Laura se admiraba de cómo esas experiencias paralelas se unirían en un punto, en el infinito tal vez. Mariel se asombraba de las similitudes, como si se conocieran de otras vidas, de otros mundos. En ambos extremos se sufre, se ríe, se llora,           pensaban.
Tras un silencio lleno de pensamientos que se percibían en el aire Laura pareció encontrar el coraje de decirle todo. Puso freno a  los miedos. Detuvo en seco sus temores. Su voz, temblorosa y tímida al principio, dio paso a su confesión. Hurgando con sus ojos el pasado, acariciando con sus manos los cabellos de Mariel, contó su historia de horror y desencuentros, su cuento de monstruos y vilezas al compás del sueño que iba apoderándose de su interlocutora.

Mariel camina de un lado a otro del cuarto. No puede detener las lágrimas. Eduardo, el hijo mayor, le prohibió que fuera a despedirse. No había lugar para ella en ese entierro. Se restriega las manos, derrocha pañuelos, ¿quiénes son ellos para decirme qué hacer? Y ese abogado ¿qué quiere de mí?
Mariel recuerda cada detalle de esa noche, sí.
Recuerda también que a partir de un cierto momento en que filosofaba mentalmente de cómo la vida nos iguala, la memoria se detuvo,                       hasta que despertó en la mañana arropada en el sillón de la sala…  
 y siguió detenida ante los esfuerzos por recordar.
Recuerda que el silencio que reinaba en la casa hacía más potente el martillo que golpeteaba sus sienes sin desmayo.
Recuerda el esfuerzo que invirtió en componerse de su “avergonzada” actuación en la víspera, de la que su memoria no registraba nada vergonzante, pero algo seguro había.
Recuerda  la odisea que fue regresar  a su casa.
Recuerda que ella fue la última persona que la vio con vida y en su mente se enciende una luz roja.
Recuerda cómo, de puro cobarde, obedeció sin chistar y no fue al entierro de esa mujer que, ahora se daba cuenta, tanto significaba para ella…
                            y ahora esta reunión a la que, según ese abogado, ella no solo no podía faltar sino que era imprescindible su presencia…        
                            y ese vacío que es incapaz de llenar entre “cómo la vida nos iguala y el despertar arropada en el sillón…..”

Llega tarde y se enfrenta con la gélida recepción de Eduardo y su hermano, que la hizo vacilar. El doctor Monfort sale a su rescate acercándose a ella e invitándola a sentarse. Ella sigue sin saber qué hace allí y sus ojos interrogan al abogado.
Se va a dar lectura al testamento de Laura. El doctor Monfort finalmente explica la presencia de Mariel en este acto.
Mariel escucha la voz como si estuviera lejos. Su mente le proyecta imágenes de situaciones que cuando salió del orfanato encerró en un sobre lacrado en el confín de su memoria: el revuelo que armaron ésos, que se llevaron a sus padres; el olor a tierra húmeda del escondite donde minutos antes su padre la llevara a jugar a la estatua haciéndole prometer que el juego solo terminaba cuando él o mamá regresaran a buscarla; la ausencia que los mimos y las atenciones de la abuela no lograron mitigar; los llantos escondidos de la “abu” que parecía apagarse poco a poco de tristeza hasta que un día se apagó del todo; el frío, y cierta extraña crueldad impregnada en las paredes del orfanato…
La cabeza le da vueltas. Se esfuerza por prestar atención al discurso del abogado, por interpretar sus palabras, por intentar ver esos documentos, esas fotos que mostraba...
Laura era su madre. El abogado parecía dar por sentado que ella ya lo sabía. Presentadas las pruebas de rigor se dispone a leer el testamento. Mariel se pone de pie, se disculpa y se retira de la sala.
Veinticuatro años, veinticuatro años y un pico de días de una búsqueda inconsciente, reprimida, prisionera en un ovillo de falsa telaraña pegajosa que sus dedos nunca quisieron retirar para no desangrarla en su infinita soledad. Veinticuatro y un poquito más…
Mariel nunca regresó a la sala ese día, ni ningún otro. Lo que ella buscaba ya no estaba allí.
LB

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