domingo, 8 de junio de 2014

La tormenta

El viento henchía los cristales y atravesaba, potente, las hendijas de la persiana.  Nada parecía detenerle y él, triunfante, se apoderó del cuarto: toda resistencia a su irrupción fracasaba inexorablemente. Revoleó por los aires todo lo que halló a su paso con ínfulas de grandeza: mis dibujos, mi colección de flores secas, caracoles y otras naturalezas muertas y semi muertas; leyó en un santiamén todas mis revistas de historieta y tiró por los suelos las que no le interesaban; volteó la maceta de mi planta de azúcar, dejándola trémula, descorazonada, debajo de la cama; hipnotizó a  las inquietas llamas de las velas hasta doblegar sus luces y extinguirlas…
¿Yo? ¡De mí mejor no hablar!  Me sumergí de cabeza en todas las frazadas que pude conseguir. Lo que no se vé, no existe.
 Y lo que se oye… ¿Qué hacer con lo que se oye? ¿Qué hacer con lo que se oye y no se vé? ¿Qué hacer con las imágenes extrañas, esas apariciones mentales de lo que sugieren las visiones de escuchas imprecisas de ciego obsecuente?
“Ángeldelaguardadulcecompañíanomeabandonesnidenochenidedía, Ángeldelaguardadulcecompañíanomeabandonesnidenochenidedía…”
…, se atropellaban en el umbral de mi mente las palabras que no llegaban a mi garganta sedienta, colmada de hojas secas; los ojos apretados, bien fuertes; el corazón golpeando a puño cerrado mi pecho queriendo huir de él… y los zapatos que subían los escalones a un ritmo, y ese respirar profundo y tangible que parecía ya alcanzarme, y el castañeteo irrefrenable de mis dientes…
Venía por mí, estaba segura, y me tapaba con las manos las orejas para que no escuchen. Lo que no se oye, tampoco existe.
Iban y venían las hojas secas por el balcón en una sinfonía de chirridos. Silbaban enloquecidos los broches en la cuerda. Giraba sin norte la gallineta de latón. Subía sin detenerse, escalón por escalón hasta que se detuvo, y los pasos firmes sobre la madera del piso retumbaron en  la habitación y en mis oídos. Se acerca. Contengo el aliento para que la respiración no me delate. Ya está muy cerca. Su mano levanta la frazada que me cubre. Siento su aliento cerca de mi cuello…

              …un aroma a violetas impregna mi refugio.



(Ya se que no son violetas. Pero quise compartir esta hermosa foto de mi amiga Nara. ¡Gracias!)

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