jueves, 12 de junio de 2014

BOZZETTO


Aparecí en esta dimensión un once de junio, muy cerca de la medianoche. Mamá no quería que naciera un día martes. Era el año del gallo incendiario. El sol a pleno en la casa de los gemelos. El ascendente nadando con los peces. La luna rondando la casa de Zeus. Saturno, al acecho. ¿Podría decir que mi existencia se resume a mucho, muchísimo fuego, mucho aire (avivando las llamas) y un poco de agua y tierra para controlarlos? Tal vez…
El barrio de Mataderos me recibió en su seno con sus calles de tierra y algunas de asfalto; sus zanjas, abundantes del pasto que más les gusta a los camellos; con terrazas amplias para facilitar el aterrizaje del trineo de un Papá Noel incierto e inconstante; las esquinas de fogatas, el día indicado; fiestas de Año Nuevo en las calles; carnavales exuberantes de agua, de colores brillantes y mucho baile; noches de serenata y días de trabajo duro.
Mis primeros años escolares estuvieron teñidos de macetones de terracota llenos de malvones rojos y pisos de pinotea por donde se escapaban los lápices cuando no querían trabajar, de tinteros enclenques y callos de tinta.
Cuando me decidí por la Escuela Normal mi padre sostuvo que las maestras se morían de hambre. Yo no le creí, ¡la señorita Blanca hasta tenía auto! Pero ni este argumento ni ningún otro lo movió de sus “trece”.  Debía pensar en otra cosa y me decidí por la Escuela Técnica. Acá el asunto se puso muy sonado. Esa escuela es para hombres y vos sos mujer. Mi hija no es una “varonera” como esa amiga tuya que juega a la pelota con los chicos. ¡Glup!  Fuerte ¿no? Esto puede parecer hoy una tontería, de hecho me lo parece. Pero para mí y para aquel  entonces…
Había una sola escuela que no entraba en mis opciones y allí fui. Y por si me quedara alguna duda sobre “mi acertada decisión”, me inscribieron además en otra, de monjas, por si mi examen de ingreso fuera un fracaso. De que esto no suceda me ocupé personalmente y mis aliados colaboraron en el empeño.
Guardapolvo de almidón, tablas al frente, botones en la espalda; cabello recogido, vincha azul, azul marino, al igual que las medias tres cuarto y el bleizer con tres tallas de más; mocasines negros. Así ingresé al Comercial XII “Juan XXIII” del barrio de Lugano, y egresé, cinco años después, casi igual. Y digo casi, porque mi guardapolvo ya no usaba almidón y el bleizer se ajustaba a mi cuerpo crecido y redondeado, la vincha y las medias no habían desaparecido pero la dueña de los “trece” era yo.
Papá no quería que trabajara hasta que terminara el último nivel. “Mi acertada decisión” dio su primer fruto: el martes siguiente a la finalización de clases estaba trabajando en una empresa de Consignatarios de Hacienda, y no fue el mismo lunes cuando me presenté al aviso por la mezquindad de Entel en instalar teléfonos. Mi padre quería que estudiara leyes, pero me inscribí en el Profesorado en Letras del Mariano Acosta.
El Tano resignó su potestad, la Vida no. Ella se ocupó de que mi camino presentara algunos frenos de muy buena calidad. Claro que contó con mi apoyo y mi complicidad, al igual que mi padre.
A partir de allí se encadenaron los sucesos que entre ella y yo elucubráramos, a veces de común acuerdo, otras en total oposición. Largo collar de perlas, verdaderas y de fantasía, nunca falsas, debatiéndose entre pañales y biberones; crisis de familia, escolares, adolescentes, laborales; el deber y el querer, el poder, y el querer es poder; los deseos y las frustraciones.
Hace poco llegamos a un acuerdo: disfrutar lo que creemos “bueno” y aprender de lo que consideramos “malo”. Ella me aclaró algunas cosas. Entre ellas, que es un error explicar los fracasos para justificarse y no para sacarles provecho; que los conceptos son subjetivos y sus fundamentos carecen de rigor científico; que la Ley se cumple inexorablemente, la conozcamos o no, la respetemos o no, creamos en ella o no;  que el destino se forja en nuestras mentes y se potencia con nuestras ideas, que aunque no se materialicen, no mueren, porque la materia es pura ilusión. En fin, que hay una Única Verdad que navega entre nosotros pero no la vemos en su total dimensión…
Hoy, hechas las paces, en una actitud más serena, me anticipo a la muerte y escribo. Le gano una mano,  tal vez dos, porque la partida ya estaba echada aquel once de junio. 
Antes de que sus manos, esas manos que igualan todo lo concreto (el que nos toca, nos falta, nos quitan, nos regalan a cambio de…), desnuden mi alma, yo tomo la posta y le voy quitando las prendas de a una, despacito, botón por botón, sensualmente…  Yo la entrego, sin prisa pero sin pausa,  convertida en palabras.

Liliana Bianco

1 comentario:

  1. Que encantadora historia Lili, qué maravillosa prosa que te lleva de la mano suavemente en las descripciones sutiles, vibrantes y profundas. Feliz cumpleaños! Abrazo.

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