sábado, 14 de junio de 2014

TURILLO BIANCO (Salvatore, Salvador)


Un padre es más que un espermatozoide triunfante en una carrera sin cuartel por la supervivencia. Un espermatozoide define el sexo, puede proveer una nariz, podría colaborar en unos ojos, podría dotarnos de algunos rasgos de temperamento...

Un padre es más que eso. Es una senda, muestra una forma de  caminar, determina un sentido.

Muchas veces le toca ser el malo y se resigna a su papel. Otras derrocha una profunda ternura disfrazada de rigidez. Algunas se enoja de verdad; impotente, estresado de preocupación, no halla en su precario manual la actitud correcta; sabe que se equivoca pero no halla el modo, la forma adecuada.

Es el ídolo en nuestra infancia; la piedra de la discordia en nuestra adolescencia, el que no sabe nada y quiere tener razón; el consejo desoído en nuestra juventud y, el que tenía la razón en nuestra adultez, aunque nunca nos hayamos dado la oportunidad de decírselo, o la perdimos.

Suele estar poco pero su presencia se respira; juega con nosotros y nos gana una mano a las cartas porque su niño interno no quiere darse el lujo de perder todas las veces, y nos mira con profunda admiración cuando le ganamos en buena ley.  
Con el tiempo deja de decir tenés que y lo cambia por un me parece, se da cuenta que nos crecieron alas; y si nos equivocamos nos palmea en la espalda mientras dice no importa, el que pierde gana dos veces, la próxima será mejor. El que parece que no se da cuenta de nada, pero antes de despedirse te susurra, casi un secreto, contá conmigo


En fin, los que tenemos uno, sabemos de qué estoy hablando.

LB

jueves, 12 de junio de 2014

BOZZETTO


Aparecí en esta dimensión un once de junio, muy cerca de la medianoche. Mamá no quería que naciera un día martes. Era el año del gallo incendiario. El sol a pleno en la casa de los gemelos. El ascendente nadando con los peces. La luna rondando la casa de Zeus. Saturno, al acecho. ¿Podría decir que mi existencia se resume a mucho, muchísimo fuego, mucho aire (avivando las llamas) y un poco de agua y tierra para controlarlos? Tal vez…
El barrio de Mataderos me recibió en su seno con sus calles de tierra y algunas de asfalto; sus zanjas, abundantes del pasto que más les gusta a los camellos; con terrazas amplias para facilitar el aterrizaje del trineo de un Papá Noel incierto e inconstante; las esquinas de fogatas, el día indicado; fiestas de Año Nuevo en las calles; carnavales exuberantes de agua, de colores brillantes y mucho baile; noches de serenata y días de trabajo duro.
Mis primeros años escolares estuvieron teñidos de macetones de terracota llenos de malvones rojos y pisos de pinotea por donde se escapaban los lápices cuando no querían trabajar, de tinteros enclenques y callos de tinta.
Cuando me decidí por la Escuela Normal mi padre sostuvo que las maestras se morían de hambre. Yo no le creí, ¡la señorita Blanca hasta tenía auto! Pero ni este argumento ni ningún otro lo movió de sus “trece”.  Debía pensar en otra cosa y me decidí por la Escuela Técnica. Acá el asunto se puso muy sonado. Esa escuela es para hombres y vos sos mujer. Mi hija no es una “varonera” como esa amiga tuya que juega a la pelota con los chicos. ¡Glup!  Fuerte ¿no? Esto puede parecer hoy una tontería, de hecho me lo parece. Pero para mí y para aquel  entonces…
Había una sola escuela que no entraba en mis opciones y allí fui. Y por si me quedara alguna duda sobre “mi acertada decisión”, me inscribieron además en otra, de monjas, por si mi examen de ingreso fuera un fracaso. De que esto no suceda me ocupé personalmente y mis aliados colaboraron en el empeño.
Guardapolvo de almidón, tablas al frente, botones en la espalda; cabello recogido, vincha azul, azul marino, al igual que las medias tres cuarto y el bleizer con tres tallas de más; mocasines negros. Así ingresé al Comercial XII “Juan XXIII” del barrio de Lugano, y egresé, cinco años después, casi igual. Y digo casi, porque mi guardapolvo ya no usaba almidón y el bleizer se ajustaba a mi cuerpo crecido y redondeado, la vincha y las medias no habían desaparecido pero la dueña de los “trece” era yo.
Papá no quería que trabajara hasta que terminara el último nivel. “Mi acertada decisión” dio su primer fruto: el martes siguiente a la finalización de clases estaba trabajando en una empresa de Consignatarios de Hacienda, y no fue el mismo lunes cuando me presenté al aviso por la mezquindad de Entel en instalar teléfonos. Mi padre quería que estudiara leyes, pero me inscribí en el Profesorado en Letras del Mariano Acosta.
El Tano resignó su potestad, la Vida no. Ella se ocupó de que mi camino presentara algunos frenos de muy buena calidad. Claro que contó con mi apoyo y mi complicidad, al igual que mi padre.
A partir de allí se encadenaron los sucesos que entre ella y yo elucubráramos, a veces de común acuerdo, otras en total oposición. Largo collar de perlas, verdaderas y de fantasía, nunca falsas, debatiéndose entre pañales y biberones; crisis de familia, escolares, adolescentes, laborales; el deber y el querer, el poder, y el querer es poder; los deseos y las frustraciones.
Hace poco llegamos a un acuerdo: disfrutar lo que creemos “bueno” y aprender de lo que consideramos “malo”. Ella me aclaró algunas cosas. Entre ellas, que es un error explicar los fracasos para justificarse y no para sacarles provecho; que los conceptos son subjetivos y sus fundamentos carecen de rigor científico; que la Ley se cumple inexorablemente, la conozcamos o no, la respetemos o no, creamos en ella o no;  que el destino se forja en nuestras mentes y se potencia con nuestras ideas, que aunque no se materialicen, no mueren, porque la materia es pura ilusión. En fin, que hay una Única Verdad que navega entre nosotros pero no la vemos en su total dimensión…
Hoy, hechas las paces, en una actitud más serena, me anticipo a la muerte y escribo. Le gano una mano,  tal vez dos, porque la partida ya estaba echada aquel once de junio. 
Antes de que sus manos, esas manos que igualan todo lo concreto (el que nos toca, nos falta, nos quitan, nos regalan a cambio de…), desnuden mi alma, yo tomo la posta y le voy quitando las prendas de a una, despacito, botón por botón, sensualmente…  Yo la entrego, sin prisa pero sin pausa,  convertida en palabras.

Liliana Bianco

miércoles, 11 de junio de 2014

Inacabado

Hoy, 11 de junio de 2014, cuando nuestros relojes marquen las 23:40 de este huso horario, se cumplirán mis 57 años ininterrumpidos de esta vida, mi vida en este planeta. Simultáneamente o un segundo después, se iniciará el tercer año de mi séptimo ciclo.
Horas, minutos, segundos, tiempo y espacio creado por nosotros para medir, sutil paradoja, nuestra supervivencia eterna. En esta escuela las cosas las hemos hecho así.
Todo efecto tiene una causa, todo cambia, todo tiene un ritmo, todo tiene su par de opuestos, todo vibra, todo hace espejo con su correspondencia, todo es mental. Lo enseñaban los herméticos que ya abren sus puertas para todo aquel que quiera oír...
Aprendo mucho. Nunca pierdo. Siempre  gano. Me extravío muchas veces y me reencuentro otras tantas un poco diferente. Me he juzgado a veces con negligencia y otras, las más, he abusado de mi severidad en cada autojuicio emitido. Trato desde lo profundo del ser seguir los pasos de mi Ser que sí conoce bien la ley del Amor que mi humanidad desfigura,  no he dejado ni dejaré de intentarlo, ni siquiera ante los numerosos fracasos aparentes.
Sé que el mundo puede cambiar. Para que eso sea posible necesita que nuestras individualidades cambien. Sé que no hay carros triunfales y los que así se dan en llamar son solo formas de esclavitud llevando los corderos, mansos y por propia voluntad, al mismísimo matadero.
Sé que para que cambien nuestras individualidades debemos modificar nuestra educación, a tal punto, que nos permita abandonar lo que enseñamos y aprendemos que rayando en lo absurdo, sin notarlo, seguimos el mismo sendero que nos ha conducido hasta aquí, una y otra vez, sin detenernos a mirar el tendal que dejamos. Nos preguntamos hasta el cansancio por qué todo sale mal si hacemos las cosas bien, ¿Bien?
Sé que nos es fácil enseñar a las personas que nos rodean a pensar por sí mismas porque no les damos los elementos para que puedan hacerlo, porque las más de las veces no los tenemos. Debemos reinventarnos. Es claro el concepto, no lo hemos aprendido y los que saben no se arriesgan. No es fácil dominar a las gentes que piensan; que razonan; que ven con su mirada particular; que no quieren ser determinados en ningún régimen; que solo cuestionan en base a sus conocimientos, deficientes pero válidos,  y no sobre sus prejuicios; que conocen el respeto y lo aplican; que viven de acuerdo a sus códigos; que como todo cambia, también cambian ellos.
Ambición y pre-juicios, pésima combinación.
Sé que hay guerras y muerte y destrucción. Sé que la Tierra está cansada y en su agotamiento se rebela. Sin embargo, nadie hace alusión alguna al vaciamiento de sus entrañas que emerge sobre su faz contaminándola. Sus rebeliones son actos de supervivencia. Deberíamos saberlo, ni siquiera de venganza, la tierra no sabe de eso.
Hoy, con amor, agradezco, en primer lugar a mi cuerpo, que como la tierra, soporta estoicamente mis contradicciones mentales, anímicas, emocionales, y me acompaña, sobrellevándome. Buen amigo y compañero increíble, que sabe que conmigo no tendrá paz hasta que esto acabe, y resiste, y se aviva a cada uno de mis deseos. Tal vez es en él donde más se detecta el paso de este tiempo ficticio. Los cabellos que se destiñen, la piel que ya no es tan tersa, los huesos que necesitan precalentar para enfrentar la jornada porque ya no hay suficiente lubricante y sí más peso que soportar. Pero él no me abandonará hasta que no haya cumplido mi tarea.
Eso puede producirse en cualquier momento, lo que quede pendiente entonces habrá sido vanidad, error de elección. Nada más.        O solo un buen motivo para regresar.
Agradezco a todos mis maestros, cada cual en lo suyo, a vos, que sos parte de este grupo innumerable que yo reduzco a Uno y solo por convención hablo en plural; también a los que creen no saber de mi existencia, de seguro forman parte de mi aprendizaje. Espero en cada caso haberlo retribuido debidamente.

Vivimos una época de grandes cambios. En apariencia más veloces que nuestra mente... No nos engañemos, hemos aprendido buenas y malas cosas, una de ellas, son los límites.
Vivimos persiguiendo cosas que no necesitamos que ni siquiera podemos disfrutar.
Tarde me di cuenta que ese no es el plan, todavía me olvido a veces y me dejo tragar por la vorágine.
El conocimiento sin la acción no tiene resultados, solo es vana palabrería.




Como dije, sé que continuaré por estos lares un rato más. No sé cuánto y no me importa. Deseo profundamente que cuando me vaya haya fiesta, y buen vino, y buena música; solo por respeto no prohíbo el llanto, pero si se evita, mejor. Al fin y al cabo es mi fiesta de graduación y esto no es triste.            También es la de ustedes.


LB

domingo, 8 de junio de 2014

La tormenta

El viento henchía los cristales y atravesaba, potente, las hendijas de la persiana.  Nada parecía detenerle y él, triunfante, se apoderó del cuarto: toda resistencia a su irrupción fracasaba inexorablemente. Revoleó por los aires todo lo que halló a su paso con ínfulas de grandeza: mis dibujos, mi colección de flores secas, caracoles y otras naturalezas muertas y semi muertas; leyó en un santiamén todas mis revistas de historieta y tiró por los suelos las que no le interesaban; volteó la maceta de mi planta de azúcar, dejándola trémula, descorazonada, debajo de la cama; hipnotizó a  las inquietas llamas de las velas hasta doblegar sus luces y extinguirlas…
¿Yo? ¡De mí mejor no hablar!  Me sumergí de cabeza en todas las frazadas que pude conseguir. Lo que no se vé, no existe.
 Y lo que se oye… ¿Qué hacer con lo que se oye? ¿Qué hacer con lo que se oye y no se vé? ¿Qué hacer con las imágenes extrañas, esas apariciones mentales de lo que sugieren las visiones de escuchas imprecisas de ciego obsecuente?
“Ángeldelaguardadulcecompañíanomeabandonesnidenochenidedía, Ángeldelaguardadulcecompañíanomeabandonesnidenochenidedía…”
…, se atropellaban en el umbral de mi mente las palabras que no llegaban a mi garganta sedienta, colmada de hojas secas; los ojos apretados, bien fuertes; el corazón golpeando a puño cerrado mi pecho queriendo huir de él… y los zapatos que subían los escalones a un ritmo, y ese respirar profundo y tangible que parecía ya alcanzarme, y el castañeteo irrefrenable de mis dientes…
Venía por mí, estaba segura, y me tapaba con las manos las orejas para que no escuchen. Lo que no se oye, tampoco existe.
Iban y venían las hojas secas por el balcón en una sinfonía de chirridos. Silbaban enloquecidos los broches en la cuerda. Giraba sin norte la gallineta de latón. Subía sin detenerse, escalón por escalón hasta que se detuvo, y los pasos firmes sobre la madera del piso retumbaron en  la habitación y en mis oídos. Se acerca. Contengo el aliento para que la respiración no me delate. Ya está muy cerca. Su mano levanta la frazada que me cubre. Siento su aliento cerca de mi cuello…

              …un aroma a violetas impregna mi refugio.



(Ya se que no son violetas. Pero quise compartir esta hermosa foto de mi amiga Nara. ¡Gracias!)