domingo, 21 de octubre de 2012


Por el primer latido en el vientre; por la copa que se colma independiente de nuestros deseos, alimentada por ellos que transitan los recorridos de la sangre; por el paso pesado; por el pujar valiente de la primera separación.
Por las noches cansadas de ojos apenas cerrados y oídos atentos; por la incertidumbre al primer llanto diferente, constante, en una hora desacostumbrada; por el desparramo de la primer papilla comida por su mano;  por el derroche constante de hallazgos en la exploración de su universo; por el segundo patético que nos invade al verlo expuesto a los peligros cotidianos. Por cada cumpleaños que engrosa su ámbito disminuyendo el nuestro.

Luego la escuela, el barrio, el mundo… Una no quiere que sufran, pero el dolor de crecer es inevitable como es inevitable su alegría. Y en esta confusión de sensaciones un día deciden que ya preguntaron suficiente, que ya saben lo que tienen que saber, que ya son grandes y que pueden enfrentarse a todo por su propia cuenta. Nosotras ya sabemos que nunca, nunca se sabe todo lo que hay que saber. Lo que vamos aprendiendo con ellos es que a cierta hora deben soltar nuestra mano y aprender por sí mismos. Su dolor nos parte el corazón, nos destruye el cerebro, nos pone en coma cuatro, pero hacemos uso de una audacia incomprensible que a ellos les hace pensar que no los comprendemos; y el llanto que nos desarma y queremos redimir con palabras de aliento que ellos no pueden entender, y entonces nosotras somos para ellos las que no entienden nada… Nosotras ya sabemos y seguimos aprendiendo que todo pasa, nosotras también.

Poco nos importa la meta que alcanzan. Los miramos a los  ojos, hurgamos en ellos en busca del  brillo de una chispa de felicidad y deseamos con todo nuestro ser que esa chispa se convierta en sol que ilumine toda su existencia…
Por los hijos, por las madres, por las que hacen propios los ajenos… después de todo, todos son prestados, por un ratito apenas, nada más que un ratito que nos pasa  veloz, sin darnos tiempo…

Por los hijos, sí por los hijos que materializan este don de ser madre, que esconden el secreto generador de vida; por las mujeres todas que desde que nacen  luchan por la vida y brindan a la muerte su inexistencia.

Con la copa rebosante de amor, brindo hoy y cada uno de mis días, por todas las madres, por todos los hijos, por todos los hombres, por todos nosotros que hacemos posible el milagro. LB

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