martes, 3 de enero de 2012

Noche de lluvia

Él
Se removió en la cama buscando abrazarla. Sus brazos encontraron el vacío y sus manos en las sábanas una tibieza apenas perceptible. Entre sueños esperó unos instantes su regreso. Sus pies rozaron el frío de la cama en el espacio que ella ocupaba. Despertó de repente. Abrió sus ojos buscando alguna luz que le indicara dónde podría estar. Todo estaba a oscuras. Solo los números iluminados del reloj: las tres y cinco. Dónde se habrá metido. Salió de la cama. Había refrescado bastante. Se envolvió con la frazada iniciando un peregrinar por el departamento. No es que fuera muy grande pero para él era un palacio.
En la biblioteca no se veía luz. La habitación que oficiaba de escritorio estaba apenas iluminada por el monitor de la computadora, pero no había nadie. Igual la llamó con suavidad. Un relámpago le mostró que la cocina estaba desierta. Golpeó suavemente la puerta del baño. Silencio. Abrió encendiendo la luz: nadie. Tampoco estaba allí. Corrió al dormitorio y empezó a vestirse torpemente. Las manos no parecían responderle con esos nervios que le entraron de repente. Como pudo, llegó a la planta baja. Fermín no estaba. En el apuro había olvidado las llaves. Un gesto de impotencia lo embriagó. Se acercó para ver por el cristal de la puerta de entrada. Un chiflete helado lo hizo estremecerse. La puerta extrañamente estaba apenas apoyada. Algo no anda bien. ¿La puerta abierta? ¿Dónde está Fermín?

Ella
Se subió el cierre del vestido y salió corriendo de ese lugar. El se iría pronto, tal vez no volvería, quizá volviera distinto y no la querría más. Hasta ella podría cambiar y…
La sensación de abandono es algo que todos llevamos dentro, pero ella lo tenía impreso en cada célula de su cuerpo, en cada partícula de su historia, en cada infinitésima superficie de la amígdala de su cerebro; parecía ocuparlo todo.
Se calzó como pudo las sandalias. Un relámpago iluminó la habitación. No pudo dejar de ver la imagen de ese hombre que amaba, despatarrado en la cama como un niño, con el cabello revuelto. Lo hubiese abrazado fuerte, tan fuerte hasta no dejarlo respirar, lo hubiese llenado de besos, lo hubiese… pero no lo hizo. Si despertaba no la hubiese dejado ir y ella, en esos momentos, sentía una necesidad imperiosa de estar sola con su pena que parecía solo de ella, rumiar tranquila sus temores que él no compartía. El parecía no entenderla ¡Todo era muy simple para él! ¡Tan seguro de sí! Pero ella sabía cosas que él todavía no había experimentado y si las había padecido, ya las había olvidado. En algo tenía razón, él no era los “otros”. Ella lo sabía bien. Pero su miedo no la dejaba ver. Necesitaba pensar, a solas, consigo misma. A su lado le era imposible. Resuelta tomo su tapado y salió del departamento sin hacer ruido.
En la planta baja el guardia se sorprendió al verla. Instintivamente miró su reloj: las tres menos cuarto.
― Buenas noches. ¿Va a salir?―
No si estoy acá para tomar mate con Ud. ¡Qué metida que es la gente! Pensó, pero no quiso ser descortés. Fermín no lo merecía.
― Surgió algo y debo irme. ―
― ¿Pidió un taxi? Ya salgo a ver… ―
― No ―
― Espere. Le pido uno. La noche está terrible. ―
Ella recordó que solo tenía un billete de cinco pesos en la cartera y suspiró mientras miraba por la puerta de vidrio como se inclinaban los árboles al compás de un viento feroz.
― No, gracias. Necesito aire fresco. ―
― Comprendo. Pero no es eso lo que va a encontrar allá afuera. Déjeme pedirle un auto, ni siquiera lleva paraguas. Bueno, no le serviría de mucho con este viento, ya lo sé…―
Un trueno lejano y profundo le impidió escuchar las últimas palabras de Fermín. Abrió la puerta y salió. Una ráfaga helada le tensó los músculos de la cara. Se envolvió con su chal e inició la caminata a su casa.
Mal calzado para una noche como esta, pensó mientras el frío y el agua se le colaban entre los dedos de los pies. Su andar estaba complicado: el viento en contra la obligaba a un esfuerzo extra,  sus tacones entorpecían sus pasos y ¡Ay! Una baldosa floja la salpicó hasta las rodillas de agua mezclada con barro. Apretó el paso, casi trastabilla con un desnivel. La esquina parecía estar a un siglo de distancia.



Con la nariz apoyada en el vidrio de la puerta, Fermín la siguió con la mirada. Al perderla de vista, salió a la calle.
Cuando a las mujeres se les mete algo en la cabeza no hay quién o cosa que las cuadre. La vió trastabillar y se preocupó. Apuró el paso, sabía que dejaba su puesto, pero… Vió cuando una sombra oscura la hizo detenerse abruptamente, emplazada en la vereda de baldosas vainilla. Entonces corrió hacia ella, la mano ya en la cartuchera dispuesto a usar el arma si fuera necesario. La figura se movía de forma extraña, con un movimiento tambaleante, que de a ratos parecía amenazador. La lluvia no le dejaba ver con claridad. Con la mano libre tomo el radio y pidió ayuda.


Él
Su temor lo envalentonó. Osvaldo abrió la puerta de calle y se sumergió en un torbellino de aguas disparado hacia todos lados a merced de un viento enloquecido que se arremolinaba sin ninguna dirección y en todas al mismo tiempo. Aguzó la mirada tratando de ver en esa oscuridad desapacible y acuosa que torturaba sus ojos. Distinguió finalmente unas figuras borrosas cerca de la esquina y se lanzó hacia allá sin pensar. No registró la lluvia ni el viento que se interponían como una barrera maciza a sus intentos. No se detuvo al oír, lejano y sordo, el rumor de un disparo.
La abrazó casi con alivio. La zamarreó, le gritó y la hubiese abofeteado de ser necesario, para hacerla reaccionar. Un llanto agudo y agitado se la devolvió. La apretó a su pecho, le acarició su cabeza, le susurró al oído, dio gracias, le dijo te amo, mientras con cuidado trataba de llevarla a algún lugar para protegerla de la lluvia, del viento, de todo.



En tanto, Fermín hablaba por radio. A lo lejos se podían distinguir unos focos que peleaban para hacerse notar y una llamita roja que se debatía con la lluvia. En el suelo la sombra, inconciente, sin un rasguño, ignorante de todo, dormitaba su mona.


Liliana Bianco

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