miércoles, 2 de noviembre de 2011

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MISION CASI IMPOSIBLE 

Todas las mañanas, se levantaba y escuchaba un disco de Begnamino Gigli: “Mamma son tanto felice… peche ritorno da te…”

Mientras el círculo de pasta rodaba en el tocadiscos, se duchaba. Después se lustraba los zapatos, se servía un café con leche, con mucha leche, y unas galletitas con forma de animalitos. Se vestía y salía.

Esa mañana, la rutina se modificó: la obsesión no lo había dejado dormir. Se prometió que antes del final del día iba a atraparlo. Se puso el sobretodo y el sombrero: un verdadero detective.

El sonido del teléfono lo detuvo. Volvió sobre sus pasos y contestó. Del otro lado de la línea, la voz gastada, pero firme, de una mujer a quien él conocía demasiado. Y en esa voz, el reclamo.

- Sí – balbuceó. Y en esa respuesta, la promesa de que el encuentro con ella iba a ser el primer paso en esa jornada clave.

Caminó varias cuadras por el empedrado. Golpeó la puerta. Ella le abrió. Se fundieron en un abrazo interminable.

Pudo haber comido y bebido: hacía tiempo que no desayunaban juntos; pero la obstinación por atrapar a ese pigmeo era más fuerte que cualquier otra cosa.

- Voy a lograr que confiese por qué viajó de polizón en ese barco. Lo juro. ¡Maldito hombrecito! ¿Cómo se le ocurre subirse al buque sin permiso?

Ella se resignó y lo dejó ir. Pero antes le dio una bolsa.

-Por lo menos, llevate esto para el camino.

Él lo aceptó. La besó en la frente y se fue.

Mientras caminaba, metió la mano en la bolsa y tomó un pancito bien tostado. Lo comió en el momento en que se sumergía en la boca del subte. Sacó algo más.

"¡Mamá! mamita", pensó cuando miraba la taza celeste con la figura del elefantito, "me sirvió la leche en mi vasito preferido: el que no se vuelca. ¡Ahora sí!, con la pancita llena atraparé a ese pequeño villano."

Siguió, ni más ni menos, las indicaciones que le había dado su estimadísimo Van der Logan.

El viejo detective había sido su maestro y mentor. Fue Arístides Van der Logan quien descubrió que, detrás de esa cara impávida, escudada por cristales similares a lupas, se escondía la perspicacia y la destreza necesarias para resolver cualquier caso que se presentara frente a él.

Salió en la estación Miserere. No iba a ser fácil encontrarlo ¡había tanta gente!

Durante horas estuvo escondido detrás del monumento central, del carrito de las garrapiñadas, del puestero de las medias baratas… Finalmente, detectó que,  confundido entre la jauría que llevaba un paseador, soportando mordiscones de ovejeros, weimaraners, dálmatas y chihuahuas, estaba el pequeño hombrecito tratando de huir de la ley. De su ley.

Fue en vano que intentara seguir camuflado con los canes. Inmediatamente lo tomó del collar de cuerina y lo arrancó de la correa del paseador.

- “Confiese, villano”, lo increpó.

El pobre pigmeo, con ojos asustados, entre balbuceos en un idioma desconocido y acaloradas señas para intentar hacerse entender, confesó que era preferible huir como polizón, antes que seguir sometido al matriarcado que reinaba en su tribu lejana.

Lo miró… recordó el vasito celeste, el abrazo matinal, los pancitos calientes, el disco de Gigli que ese día no había escuchado, y lo dejó perderse entre la gente o los perros del paseador.

“No lo entiendo”, se dijo mientras meneaba la cabeza de un lado a otro. “No lo entiendo”.




Sonia Marotto


Gracias Sonia por compartir




MENCIONES ESPECIALES:
"Misión Casi Imposible" seudónimo: La Agente 99
"Sala de Guardia" seudónimo:  Fog
"La Madre destanudos" seudónimo Fredo
"Extraña pasión en el mar": Pupi
"Una carta para Carlitos": Ángelina

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