viernes, 7 de octubre de 2011

PERIHELIO


Nadie conoce bien mi historia, no la recuerdan. Soy una leyenda, un mito, un sueño.  Siempre evoco estas cosas cuando me acerco a mi culminación, mientras preparo mi último nido de cada ciclo.
El aroma de estas hojas me encanta en el verdadero sentido de la palabra, me embriaga de una dulce calma que me invita a recordar…
Cierro mis ojos y los veo muy cerca de mí: Eva habla con Adán, señala el árbol que nos cobija. ¡Es hermoso! Sus grandes hojas permanecen verdes; ellas me proveen del rocío que me alimenta día a día. Guardan mi elixir, protegiéndolo del sol durante largo tiempo ya que su fronda impide que se evaporen rápidamente. ¡Y sus frutos! No son demasiado grandes, no, pero su perfume es delicioso, y su color es rojo-dorado, como el de mi plumaje. Lo sé porque en ellos puedo verme reflejada como en un espejo. Por alguna razón, estos frutos no caen del árbol como otros que llegado su tiempo son semilla y reproducen su especie. No. Crecen lentamente y se reproducen más lento aún, pero ninguno de ellos se echa a perder.
¡Ay, Eva! curiosa e ignorante.  ¡Ay, Adán! ambicioso y débil. Si Él hubiese hablado con ella, otra sería hoy la historia. El pulso de ellas tiene el ritmo de la naturaleza… Pero un Plan es un Plan y debe cumplirse.
Ellos me llamaban chol. ¿Qué significarán para ellos esos sonidos para bautizarme así? Nunca lo supe. Estos seres son muy extraños.
Necesito más ramas. Va a ser mejor que vaya a buscarlas o no llegaré a tiempo. Mis plumas rojas como el fuego ya están bastante deslucidas, al igual que las de mi cola, que supieron ser azul cielo, claro y profundo. Solo mi collar oro se mantiene indemne.
Viajo mucho. Debo cumplir con mi parte en el plan y la esperanza en esta raza está en falta en todos lados. Me llaman de diversas formas. ¿Será de acuerdo a la impresión que les causo? Sí, así es en verdad. Todos me creen hija del sol y del fuego: mi atuendo es hermoso. Antes de Babel todos me llamaban igual, pero hubo un antes y un después a partir de allí.  Si les costó trabajo entenderse antes del suceso, después de él la incomunicación fue total.  Este hecho que debía haber puesto la atención en su intuición, para desarrollarla, no logró su cometido y dio lugar al instinto.  Hay una diferencia abismal entre ambos: el amor mueve la intuición; al instinto lo mueve el miedo.
Chol, Benú, Feng, Simurg, Quetzalcoatl, Phoenicoperus, son algunos de los nombres con los que me llaman, pero el más popular es Fénix.
Ya casi es la hora. Voy a buscar más de esas hierbas que me hacen sentir tan bien…
Ahora sí. Ya está todo listo. Solo me resta esperar el último rayo del sol. Viajo mucho, conozco cada rincón, pero la tierra se modifica todo el tiempo; encuentro algo nuevo cada vez. Me gusta sobrevolar, observar, descubrir, pero, llegado el tiempo siempre regreso a este lugar. El ángulo aquí es perfecto y el rayo cae a la hora adecuada en el sitio apropiado, se funde con mis ojos y enciende la llama. Muevo entonces suavemente mis alas, para avivar el fuego. Así se inicia mi transformación.
En tres lunas mi vida vuelve al punto de inicio y un nuevo período se abre ante mí: virgen, como si fuera el primero.
Los hombres me envidian ésto. Me creen un dios, o un semidiós. Yo lo adjudico a su ignorancia sobre sí mismos, a no entender los fundamentos del plan, a una ceguera que los aqueja en forma casi permanente.  Yo estoy aquí en razón de ellos, para hacerles recordar y no dejarlos perderse en sus argumentaciones falaces. El mundo físico tiene sus leyes y por ser seres físicos, estamos atados a ellas, pero no somos solo este cuerpo que nos viste.
Los hombres se han creado una ficción en la que interactúan como seres inferiores, marionetas movidas por hilos invisibles, y se aferran a esa ficción de manera sorprendente y tejen sus propios hilados, superiores en resistencia a los de Ariadna y quedan atrapados en su propio celuloide. Si alguien despierta de su sueño, su solidaridad los obliga a retenerlo, y le construyen un entramado especial para que no se lastime o los lastime a ellos; lo aíslan, pero no lo dejan ir. Así creen zafar de su destino.
Creen haber crecido y su calidad de adultos les impide ver lo que veían siendo niños. No puedo llegar a ellos como antes, cuando eran pequeños y querían saberlo todo, y eran felices. Ya no puedo contarles que somos como el sol, que parece morir en la noche y revive al amanecer; que son como yo, que después de un tiempo, 500 años dicen ellos, produzco mi propia muerte y resurjo de mis propias cenizas.
Es hora de callar, es momento de silencio. Ya se une el sol a mis ojos, la hierbas rezuman sus aromas, el fuego hace el resto, bato suavemente mis alas y me entrego…

LB

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