jueves, 20 de octubre de 2011

PEREGRINO

Xul me inquieta. Me mueve hacia viejas remembranzas. Me remite a cosas antiguas que guardan el sabor de lo inédito, tan antiguas que ya no sé en qué parte de mi ser pude haberlas registrado; tan inéditas que ya no las recuerdo. ¡Haber tenido que vivir medio siglo para reencontrarlo!
Un eslabón más de la larga cadena que conduce a mi ombligo, un eslabón menos que buscar… ¡Y este pobre cuerpo…! Aunque debo reconocer que en esta oportunidad me han provisto de uno más resistente que los de antaño.
A veces siento que me agota esta búsqueda. Si al menos tuviera claro qué es lo que busco, a qué apunto… Si al menos moderara esta ansiedad que por momentos me acucia, si pudiera sostener una actitud más relajada… Después de todo, no voy a irme antes de hacer lo que deba hacer…
Mi transcurrir no sé si es tímido o audaz, temerario o cobarde. Tengo claro que cada cual hace lo mejor que puede en cada momento. ¿Cometí errores? Sí, sin duda muchos, como casi todos. Gracias a ellos aprendí lo que sé. Si todos hubiesen sido aciertos, mi querido lector, esta vida toda sería tan solo un gran error.
Mi caminar es el del rayo perpendicular del sol, de lluvias oblicuas, de vientos en todas direcciones.
Me he deslizado por los angostos senderos de las selvas, por la amplitud de los desiertos, amarillos y blancos, ardientes y helados…
En las arenas de los desiertos se ampollaron mis pies y los curaron las arenas de las playas; los rasgaron los hielos del Himalaya y los compusieron las aguas del Ganges.
He ascendido cumbres maravillosas; he caído en pozos muy profundos; he recorrido en las llanuras, con la hierba cosquilleándome los pies con su don fresco y ávido.
He andado los olores salobres del mar y las pestilencias de los puertos, los aromas de los azahares y el humor de flores marchitas, he inhalado el humo de las grandes urbes de cemento y chimeneas, he aspirado con vehemencia el aire puro de los campos. He vaciado estómagos llenos y llenado panzas vacías.
Me he precipitado en los acantilados y he ascendido ardiente a los cielos como el fénix en cada resurrección.
Todo porque alguien decidió cortar mi cordón y convertirlo en un montón de eslabones perdidos.
Quizá yo misma lo hice, desafiando mi destino, desafiándome a reencontrarme con mi verdad, a reunirme conmigo. Quizá necesitaba necesitarme y urdí esta especie de juego macabro. Quizá solo sufro de amnesia y recurro a flashes de mi pasada memoria como las tormentas que usan sus relámpagos para iluminarse, como la noche que todo lo cubre de misterio, de imágenes veladas, de sueños.
Cada tiempo reabro mis cartas de navegación y estimo la derrota: miro el cielo tratando de inferir su curso, observo las aguas tratando de ver el rumbo de sus corrientes, escucho a los pájaros, pongo atención en los secretos que me transmite el viento. Ellos, como yo, somos aleatorios, imprevisibles
El camino se bifurca ante mí y debo elegir mi próxima jugada. Juego conmigo, a favor o en contra de mis vidas y las vidas de mis muertes, a favor o en contra de mis ahoras que se convierten de inmediato en otro ahora y otro y otro…Sabiendo que aun si juego en contra, juego a mi favor.
Desplego entonces las velas, despliego las alas y persigo el norte que mi brújula manda en ese momento… hasta la próxima vez en que se abran las cartas y sea necesario rever la ruta, crear un nuevo derrotero.
LB

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