domingo, 9 de octubre de 2011

La guerra y la paz

Disfruto de mi casa cerrada y en silencio.  Llora mi corazón cuando la turba exaltada llena de voces los aposentos clamando por el despertar del planeta rojo.
Ya no son de gran impedimento los cien cerrojos y los ciento cincuenta  hierros que protegen el ingreso. Me estoy poniendo viejo y, hoy por hoy, ésto no impresiona a nadie. Para ver el futuro, el rostro de Patulsius se ha montado unos cristales enmarcados en carey. Clusivius no los necesita, su memoria fue elaborada con un material inalterable, está y estará intacta por los siglos y los siglos de la eternidad.
Se me pianta a veces la nostalgia como pequeñas gotas de rocío. Fontus es un hijo agradecido y respetuoso de sus padres. Juluma hizo un buen trabajo, hay que reconocérselo.
Contener el recuerdo de todas las cosas no siempre es saludable. Hace añorar los buenos tiempos, cuando mi humanidad sobresalía a la plus valía que la gratitud de Saturno me otorgara.
Soy el fruto de la unión de los cielos con el centro de la tierra, lo que no es poco. Titán ateniense de la primera hora. Curiosamente en Atenas nadie me recuerda. Será porque un día me fui para no volver, será porque ellos solo se aferran más a lo que piensan que a lo que viven, sea por lo que sea, así es. Hesíodo y Homero están de acuerdo en algo: ambos me ignoran. Virgilio truca mi nombre y mi procedencia: ¡Allá él!  A ninguno les guardo rencor. En aquel entonces nada se sabía del mundo cibernético. La internet vino después.
No soy ni quiero volverme un viejo resentido. Además, de más está la queja: los lacianos me adoran, soy su héroe nacional y no es para menos: a mi pequeña Janícula se la llama hoy la Ciudad Eterna; no inventé los bancos pero sí su materia prima, no soy juez ni abogado pero elaboré sus leyes; no tengo huerto, pero enseñé a mis gentes el arte de surcar la tierra y preñarla, para llenar con sus frutos sus pancitas y las pancitas de sus hijos.
Tengo la llave de todas las puertas y mi bastón de mando obliga al destino a los buenos finales, a los finales felices, como los de los cuentos de hadas. Mis adeptos así lo creen, así lo saben.  Lleva mi nombre el mes de mi aniversario, y soy el principio de todas las cosas. El orbe entero festeja conmigo cada año transcurrido, cada año por transcurrir. Soy como un dios protector de todos los proyectos…
¡Mi vida es una buena vida, muy buena!, Pero, (siempre hay un pero), para mi mal hay algo en los hombres que no les permite dejarme tranquilo.
Sería, total y plenamente feliz (ellos también, aunque aún no lo sepan o no quieran saber) si nadie, absolutamente nadie, golpeara a las puertas de mi casa, si permanecieran eternamente cerradas.
LB

(Las puertas del templo de Juno solo se abren en tiempos de guerra.)

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