sábado, 10 de septiembre de 2011

RAZONES

Porque tengo razón,
Que no tengo razón,
Que me falta un ojal,
Que me sobra un botón.
Porque sí
Porque no…
(Canción Popular)

Cuando en nuestro andar por esta existencia hacemos algo que parece no estar de acuerdo con el entorno, siempre se busca una “buena razón” que haya provocado nuestro acto “fallido”. En verdad cuando decimos una “buena razón”, nos referimos a que posea el poder de justificarnos, una “razón buena”, con una finalidad que pueda ser aceptada por la ética y la moral de la sociedad a la que pertenecemos (o no), que se encuadre en la reglas del juego impuestas por el grupo donde nos movemos y desarrollamos. De no ser así, endosamos automáticamente la responsabilidad que recae inevitablemente en el afuera.
Podemos pasarnos la vida buscando “buenas razones”, y de seguro vamos a hallarlas. Puedo tener “buenas razones” para TODO, incluso para las acciones más atroces; es más, puedo argumentar y justificarlas por completo. La historia de la humanidad tiene ejemplos sobrados sobre el tema.
En esto perdemos de vista que cada uno de nosotros hace lo mejor que puede en cada instante de nuestras vidas y que equivocarse es parte de nuestro aprendizaje; que somos más que un cuerpo y una mente, que nos invaden emociones que las más de las veces no podemos controlar con facilidad; que tan solo somos el “top model”, el más sofisticado, de la creación o de la evolución, como prefieran, y que nuestras acciones o inacciones son nuestra vida, y de eso se trata: de vivir.
Lo que haya después de la muerte poco importa si cuando llegue nos encuentre vivos y no a la deriva en un mar de razones que ante ella gozan de una intrascendencia fatal.
La vida es una fiesta. Somos sus invitados a un banquete de proporciones extraordinarias que podemos disfrutar en todos los sentidos, buenos o malos. Cuando nos cerramos desde el intelecto, cuando nos protegemos en exceso, solo nos perdernos de oportunidades, experiencias diferentes, nuevas sensaciones. Cuando el miedo nos paraliza, perdemos instantes preciosos y únicos que jamás regresan; nos envolvemos en una invulnerabilidad que no es tal y que poco nos sirve a la hora de balancear nuestra existencia, solo suma cierta inmunidad a ser feliz, nos abate el arrepentimiento por la no acción y el no saber a ciencia cierta cómo pudo haber resultado.
Alguien me dijo una vez, tal vez citando a otro que no mencionó o que yo no escuche: “Solo se explica el fracaso, el éxito no tiene palabras.” Razonable, ¿no? Uno debe tener una “buena explicación”. Lo importante es que esa explicación no debe caer en responsables ajenos a nosotros ya que estemos parados donde estemos, nosotros lo decidimos así. Nadie nos obliga, y si nos convencieron de hacer o no tal o cual cosa, la elección última fue nuestra no de quien nos aconsejó.
Explicar el fracaso, con toda la sinceridad de la que somos capaces es lo que nos permite crecer; explicar, no justificar; ver con claridad en donde radicó el error es lo que nos abre el camino a no volver a cometerlo y a liberarnos de él.
Se trata de VIVIR, de no perderse de nada, de ningún detalle: la mirada del amante, el llanto del primer aliento, la gota de rocío deslizándose lentamente hasta caer, el canto de un pájaro a la madrugada, el abrazo del amigo, la caricia del viento o su cachetada, el sol, la luna, el agua, que cumplen su ciclo sin inmutarse, sin preguntarse si nosotros, los grandiosos humanos nos percatamos de ello. En ver que cada emoción, cada deseo, cada movimiento que surge de nosotros va más allá de nosotros mismos, recorre todos los intersticios del universo y regresa a nosotros con la fuerza acumulada del recorrido como un búmerang.
Ser conscientes que somos cocreadores en un mundo que mejora o desmejora con cada una de nuestras respiraciones, más allá de lo que hagan “los otros” los creadores de guerras y rencores, cercenadores de vidas sin autoridad, males necesarios que existen para hacernos ver y elegir nuestro camino.
Las leyes universales se cumplen a rajatabla. Al Universo no le va tan mal en su curso, a la Naturaleza no le va tan mal bajo su gobierno. Pero nosotros tenemos libre albedrío, tenemos elección y somos responsables por cada una de ellas.  
Se trata de VIVIR, Amigos. Sola ésta es una buena razón en sí misma que emparda cualquier otra. Y Vivir es una elección que nos permite recibir a la muerte como a una amiga que nos arrullará en nuestro sueño y nos acompañará a nuestro hogar primigenio; nos permite cerrar los ojos y sonreír con satisfacción de haber cumplido con una etapa más, sin el sabor amargo de ver las cosa que hubiésemos podido hacer de habérnoslo propuesto, de haberlas elegido…

LB

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